lunes, 28 de noviembre de 2022

Intensificar la comunicación

En un mundo en donde cada vez más se nos abre a una gran oportunidad de ampliar las relaciones debemos cuidar de modo expreso la intensificación de lo personal. Tenemos delante de nosotros un caudal enorme de comunicación con muchas personas, pero no siempre se trata de verdaderas relaciones personales y, por eso es urgente más que ampliar, intensificar. 

El amor es siempre una intensificación de la relación personal, un código que favorece la intimidad y que nos anima a tratarnos unos a otros como verdaderos amigos. 

Compartir lo más personal e íntimo de cada uno, abrirnos a una comunicación en la que no se deje ninguna pregunta sin respuesta, en la que siempre esté dispuesta la señal que nos hace sentirnos en contacto con aquellos a quienes amamos. 

Intensificar la comunicación es un gran nutriente para cultivar la pertenencia, para sabernos incluidos en los demás, para sentirnos de verdad suyos, vinculados en una pertenencia muy especial, para sabernos propiedad personal de las otras personas, unidos en pacto de amistad con el Dios que nos ha liberado y que nos une en una gran familia.

La adhesión del corazón se cultiva en los espacios de intimidad y en la práctica de la compasión y la ternura. Desde el máximo lugar de intimidad que es el corazón, nos encontramos con el Otro que nos saca del egoísmo estéril y nos promete una fecundidad renovada. Para dar frutos necesitamos de la savia interior que circula por nuestros vínculos y nos plenifica. 

Sabernos en el regazo de Dios y de los demás es nuestro pan de cada día, el alimento cotidiano: eso es lo que necesitamos. Nutrientes que cada día nos transformen en lo que de verdad somos: Sus hijos, los amados, los predilectos. Necesitamos atravesar el espesor de lo cotidiano para sabernos en el regazo de los demás y de Dios. Esta es una experiencia central. Estamos en su regazo y nos sentimos seguros y confiados. Es como vivir tranquilo porque en medio de las dificultades y los tropiezos nos sentimos confiados y en las palmas de sus manos. 

La acogida de los demás, desde el reconocimiento y el perdón nos abren posibilidades siempre nuevas de vivir la vida, nos alimenta porque nos hace sabernos capaces para empezar de nuevo, para vivir la aventura de que cada día sea el comienzo del resto de nuestra vida. 

Lo incidental de cada día tiene una hondura que debemos descubrir, no es algo simplemente pasajero, sino que nos pone en la verdad del tiempo que vivimos como encuentro, como presencia de una alteridad siempre renovada. Lo cotidiano es el lugar de un reconocimiento importante: Él estaba ya presente aun cuando no lo reconocíamos. 

Las señales de su presencia son un lenguaje al que debemos acceder en lo incidental de cada día. Descubrirle en la vida por su Espíritu. Porque así podemos vivir lo cotidiano como un lugar de encarnación, es decir, de transformación íntima de lo que somos. Necesitamos el alimento diario para sabernos transformados por un amor atento, por una Presencia que nos sorprenderá en el día a día. Sabernos obra suya, a medio hacer, es verdad, pero siempre en sus manos como el barro de la vasija en manos del alfarero.

Xavier Quinzá Lleó, SJ

Ciao.

 

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