Olvidé valorar la caricia familiar, el plato en la mesa, la amistad y la fiesta.
Cada día asumía el bienestar, garantizado por el hecho de vivir.
Me sentía seguro en refugios cotidianos.
Dejé de celebrar el conocimiento, la imaginación, la belleza imprevista.
Me sentía dueño de lo que no era mío.
Convertí el obsequio en exigencia, y la carencia en queja.
La gratuidad se volvió derecho.
La oportunidad, ley.
Asumí como propio Tu Amor regalado.
Dejé de apreciar tanto don recibido.
Y me volví el poseedor triste de un tesoro ilusorio.
Tú me esperabas al otro lado, donde la caricia, el plato y el refugio, son bendición, y la oración empieza con un «gracias».
José María Rodríguez Olaizola, SJ
Ciao.
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