A veces la soledad es mordiente compañera.
Asalta, inquieta, duele.
Los muros de dentro no tienen puertas.
Hay gritos ahogados que nadie escucha.
La furia, la tristeza, el desencanto, el miedo.
Oleadas de zozobra golpean contra un silencio enmascarado en rutinas.
¿No hay nadie ahí?
¿Es nuestra libertad una condena?
¿Cómo se acarician las heridas invisibles?
Hasta que una voz sutil, distinta, nueva, intenta hacerse oír sobre el fragor de la tormenta que te agita.
Yo siempre estoy contigo.
Siempre. Conmigo.
Entonces intuyes que es verdad, y el muro interior se resquebraja, mientras renace la esperanza.
José María Rodríguez Olaizola
Ciao.
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