jueves, 24 de agosto de 2023

Bancos vacíos

Las iglesias llenas de antaño son cada vez más difíciles de encontrar. Ciertamente aún las hay, pero son escasas. ¿Qué sucede que a la persona de la sociedad contemporánea le cuesta tanto la liturgia católica?

No cabe duda de que las respuestas son variadas; desde el desconocimiento de los símbolos litúrgicos, pasando por el modo de celebrar, hasta el secularismo. Muchas causas y sobre todas ellas debemos reflexionar. En este breve escrito solo quiere detenerme en una: el «yo» versus el «nosotros».

Una característica del sujeto contemporáneo es haber descubierto la importancia del «yo». Preocuparse de la propia persona es importante, más aún frente a estructuras sociales que por momentos resultan aplastantes y, a veces, abusivas. El «yo» fue capaz de desplazar a quienes en diversos momentos de la historia humana fueron los ejes sociales. En la cristiandad lo fue Dios, luego la razón (positivismo), también lo intentaron los pueblos (revoluciones), algunos líderes totalitaristas (dictaduras) y, finalmente, el mercado con sus economías. Hoy pareciera ser que el «yo» y su libertad buscan locamente ser la piedra angular de los pueblos occidentales. Eslóganes como «mi tiempo», «mi carrera», «mi futuro», «mi cuerpo», «mi decisión»... resuenan constantemente y quienes quieren lucrar con ello no dudan en publicidades como «estamos contigo».

Con una sana preocupación pastoral nuestras celebraciones litúrgicas intentan responder a este individualismo centralista creando celebraciones, si es posible llamarlas así, donde el individuo es el centro, asambleas intimistas donde se potencia el encuentro entre ese «yo» y Dios.

El problema es que esta dinámica intimista es absolutamente ajena a la liturgia católica. Toda ella está construida sobre el «nosotros» de un pueblo, de un cuerpo, de una familia. Las celebraciones de la Iglesia nacieron para ser reflejo sacramental de una asamblea de hermanos que, reunidos, dan culto a Dios y, ese Dios, en esa celebración, mediante esos hermanos, santificarlos. Dios tiene claro que para la existencia del «yo» es necesario dejar de mirarse el ombligo, alzar la mirada y contemplar el rostro del otro. En él, en la donación mutua, está la plenitud del «yo».

Pienso que mientras no venzamos la inercia social «anti-social» para ser un «nosotros», los bancos de las iglesias en nuestras celebraciones litúrgicas aún seguirán vacíos.

Gonzalo Guzmán, Pbro.

Ciao.

 

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