Nadie duda de que el concepto de vacaciones es cambiante. Los hay que prefieren la playa y los que hay que prefieren la montaña. Unos aprovechan para irse al extranjero y a otros les vale con descubrir la geografía nacional. Está el modo hiperactivo que no deja un museo por visitar, un festival por quemar o un libro por leer, y los hay que no pueden hacer nada más que tumbarse en la piscina. El pueblo o la ciudad, el norte o el sur. Y por supuesto también varían los estilos, desde el clásico Benidorm que encandila a una generación a las costas de Cádiz entre algunos jóvenes de ahora, o qué decir de las puestas de sol en Galicia o Baleares. Y así, tantos gustos como personas y posibilidades que ofrece el mercado del turismo.
Sin embargo, detrás de las vacaciones, hay una cara B en la sociedad. Y no son los que hacen de rodríguez y descansan de la familia unos días mientras trabajan en una ciudad vacía. Son aquellos que merecen un descanso pero no lo tienen. Ancianos que no pueden o no tienen dónde viajar, por causas físicas, sociales o económicas; inmigrantes que se pasan el día en nuestras plazas al calor porque regresar a casa es demasiado caro; repartidores a las puertas de los restaurantes; enfermos que no pueden estar lejos de su hospital. Y otra tanta gente en algunos barrios de nuestras ciudades que sencillamente no tienen otra casa donde escaparse del calor ni aire acondicionado que encender, y que recuerdan a aquellos veranos de Manolito Gafotas en su parque de Carabanchel y se consuelan con ver el Grand Prix en camiseta de tirantes. Son los pobres de los que nadie habla y que no tienen políticos que los quieren defender.
Las vacaciones están hechas para descansar, para mirar nuestra vida desde otra perspectiva, para hacernos más humanos, para darnos cuenta de lo importante, y quizás para volver a nuestras raíces existenciales. Y por tanto, también para mirar con ojos nuevos a todo el que no lo puede hacer, para ponernos las gafas de la misericordia y comprender mejor la realidad. No se trata de darnos cuenta de la suerte que tenemos, sino de descubrir las vacaciones como una sana necesidad que nos debe hacer mejores, no sólo como un derecho adquirido o una exigencia para la mayoría. Al fin y al cabo, el descanso de cada uno se fundamenta en nuestros orígenes judeocristianos, que buscaba proteger a las personas, no hacerlas víctimas de una sociedad de consumo para que el resto del año puedan producir aún más y más. Y tú, ¿Cómo vives las vacaciones?
Álvaro Lobo, SJ
Ciao.
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