domingo, 3 de septiembre de 2023

No cambies nunca

 Desde hace unos años triunfan los libros de autoayuda. Una especie de lectura fácil –o psicología barata– que da respuestas simples a problemas complejos, y que llenan los escaparates de librerías, especialmente de las de los aeropuertos y estaciones. Muchos de ellos desarrollan, en páginas y páginas, una misma intuición: «Acéptate tal como eres». En el fondo creo que es la versión sofisticada de eso que nos decíamos al final de los campamento de verano en que conocíamos otros jóvenes. Me refiero a esas personas a las que, tras convivir un par de semanas y creernos amigos hasta la eternidad, le firmábamos la carpeta poniendo un «No cambies nunca». Qué duda cabe que hoy se sigue escuchando, quizás más entre adolescentes a la salida del colegio, o en muros de perfiles de redes sociales.

Vaya por delante que creo que detrás hay algo de verdad: Nadie puede ser feliz si no se acepta a sí mismo. Toda vocación –y por tanto todo camino de plenitud– pasa por los propios dones y fragilidades, estatura, origen social, inteligencia, etc. También porque por muchos defectos que alguien tenga, siempre será capaz de amar y digno de ser amado.

El problema es cuando lleva de fondo una interpretación tipo Hamlet: «Ser o no ser». Como si la persona no tuviese capacidad de cambiar nada de sí, conduciendo a una pasividad que confunde aceptación con resignación y animando a la pereza. Es la excusa perfecta para saldar con un «es que soy así» toda ocasión en que alguien hace ver su mezquindad y, con ello, no dejando otra a los demás más que el tolerarle cualquier cosa. Aunque, a decir verdad, quizás lo suyo sería decirle: «Pues eres un capullo y sí podías esforzarte un poquito por cambiar o crecer».

Creo que hay algo en el alma humana que empuja a superar los propios límites. Como que su meta espiritual es pelear, aspirando a alcanzar lo inalcanzable. También desde la fe hay algo que siempre nos empuja hacia arriba, una especie de anhelo que nos hace aspirar a ser más. Hay una esperanza de dicha que hace que no nos importe la felicidad que se consigue, sino la que se nos promete y nos esforzamos en buscar.

En definitiva, sólo desde la aceptación de uno mismo se puede aspirar a una vida dichosa, pero no para quedarse ahí sentado de brazos cruzados, sino para poner con firmeza los pies sobre la propia realidad con miras a superarla y saltar bien alto desde ella.

Fonfo Alonso-Lasheras, SJ

Ciao.

 

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