Muchas veces escuchamos que debemos buscar aquello que llena nuestra vida, lo cual es completamente cierto. Es aquí dónde hablaríamos de la vocación, la llamada de Dios, y la felicidad. Sin embargo, aún cuando hemos encontrado nuestro lugar en el mundo, el lugar donde Dios nos quiere, no estamos libres de tiempos de aridez, es decir, de momentos en los que no vemos tan claro que estemos donde debemos estar, que acaso nos hemos equivocado. Empezamos a pensar dónde estaríamos mejor, y muchas veces imaginar un alternativa ideal imposible y la comparamos con nuestra realidad. No vemos lo irreal que es la alternativa, y vamos moviendo nuestro corazón de aquel lugar en el que en sí nuestra vida es plena, a sitios inexistentes, a nuestros sueños irrealizables. El mal espíritu está haciendo su trabajo.
En tiempos de aridez, calma. Incluso los primeros compañeros anunciaban a los nuevos jesuitas que, aunque se uniesen con gran entusiasmo, en los estudios vendría la aridez en la oración, en el día a día, y que era normal. La aridez no es señal de que no sea la vida a la que se es llamado. La felicidad también tiene altibajos, pero termina predominando.
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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