El peor tipo de tristeza es aquella que no necesita explicación, esa que llega sin aviso y se instala sin permiso. No grita ni reclama, pero se siente en cada rincón del cuerpo como un peso invisible. Es un dolor sin palabras, un vacío que ninguna sonrisa llena. Un eco constante que acompaña en el silencio.
Esta tristeza no lucha ni se impone, simplemente está ahí, persistente y callada. Su calma melancólica nos obliga a mirar hacia adentro, enfrentando heridas que hemos ignorado. Es un visitante incómodo, pero también un espejo que refleja verdades olvidadas.
Aunque parece eterna, incluso la tristeza más profunda tiene un límite. Cuando se va, deja espacio para que algo nuevo nazca. Nos recuerda que, tras cada sombra, siempre existe la posibilidad de volver a sentir la luz.
Eduardo Mesías
Ciao.
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