Sembrador, no desesperes si las piedras estropean el terreno, si las aves picotean las semillas, si los brotes se achicharran con el fuego.
Bien sabes que toda siembra es insegura, que no siempre es fecundo ese subsuelo que ha de ser tierra fértil algún día.
Muchas veces el esfuerzo será inútil.
Habrá etapas en que toque arar de nuevo.
Sentirás al final de la jornada que no hay cosecha que pague tanto esfuerzo.
Y, con todo, no cejes, no desistas.
No dejes que te aturda el desaliento.
Persevera, no sucumbas a la duda.
No conviertas tu voz en el lamento de quien solo conjuga oscuridades.
No está en tu mano doblegar el tiempo.
No exijas perfecciones irreales ni ambiciones el éxito perpetuo.
Quizás no recolectes tú los frutos.
Pero sabes que sembrar es tu talento.
No lo encierres en cámara sellada para así protegerte del despecho de quien ha de asumir la incertidumbre.
Es Dios quien te encomienda la tarea.
Deja que el mismo Dios la lleve a término.
José María R. Olaizola, SJ
Ciao.
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