jueves, 2 de octubre de 2025

Palabra de Vida Octubre 2025

«Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121, 2)

¿Quién no ha sentido alguna vez en la vida que no puede más?

Es lo que le pasa al autor del salmo 121, que pasa por circunstancias difíciles y se pregunta de dónde le puede venir la ayuda que necesita.

La respuesta es la afirmación de su fe en Dios, en quien confía. La convicción con la que habla del Señor, que vela y protege a cada uno y a todo el pueblo, expresa una certeza que parece nacer de una profunda experiencia personal.

«Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

En efecto, el resto del salmo es el anuncio de un Dios poderoso y amoroso que ha creado todo lo que existe y lo protege día y noche. El Señor «no deja titubear tu pie, no duerme tu guardián» (Sal 121, 3), afirma el salmista, deseoso de convencer a quien lo lea.

Envuelto en dificultades, el autor ha levantado los ojos, ha buscado dónde agarrarse fuera de sí y de su entorno más inmediato y ha encontrado una respuesta. Ha experimentado que la ayuda viene de aquel que ha pensado y dado vida a cada criatura y sigue sosteniéndola en todo momento, sin abandonarla nunca. Cree firmemente en este Dios que vela noche y día sobre el pueblo entero –es «el guardián de Israel» (v. 4)–, hasta tal punto que no puede dejar de comunicarlo a los demás.

«Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

«En los momentos de incertidumbre, angustia y vacilación, Dios quiere que creamos en su amor y nos pide un acto de confianza. […] quiere que aprovechemos estas penosas circunstancias para demostrarle que creemos en su amor. Lo cual significa tener fe en que él es nuestro Padre y piensa en nosotros. Arrojar en él todas nuestras preocupaciones. Cargarlas sobre él».

Pero ¿De qué modo nos llega a cada uno la ayuda que viene de Dios?

La Escritura narra muchos episodios en los que esto se concreta a través de la acción de hombres y mujeres –como Moisés, Elías, Eliseo o Ester– llamados a ser instrumentos de la solicitud de Dios por el pueblo o por alguna persona en particular.

También nosotros, si «levantamos la mirada», reconoceremos la acción de personas que, conscientemente o no, acuden en nuestra ayuda, y estaremos agradecidos a Dios, de quien procede en última instancia todo bien (Él ha creado el corazón de cada uno) y podremos testimoniarlo a los demás.

Por supuesto, es difícil darse cuenta de ello si estamos encerrados en nosotros mismos y si, en los momentos difíciles, pensamos en cómo salir adelante solo con nuestras fuerzas.

En cambio, cuando nos abrimos, miramos alrededor y levantamos los ojos, descubrimos que también nosotros podemos ser instrumentos de Dios que se ocupa de sus hijos. Nos damos cuenta de las necesidades de los demás y podemos ser una ayuda preciosa para otros.

«Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

Cuenta Roger, de Costa Rica: «Un sacerdote que conocía me anunció que iba a venir a verme una persona para recoger unos pañales para adultos que le había ofrecido el grupo solidario del que formo parte, sabiendo que un parroquiano suyo los necesitaba. Mientras lo esperaba, vi pasar por delante a una vecina que estaba pasando por una situación muy difícil, y le di los últimos siete huevos que tenía, y otras cosas de comer. Se quedó sorprendida porque no tenía nada para comer, ni ella, ni su marido ni sus hijos. Le recordé la invitación de Jesús: “Pedid y se os dará” (Mt 7, 7), subrayando que él está atento a nuestras necesidades. Volvió a casa feliz y agradecida a Dios. Por la tarde llegó a casa la persona enviada por el sacerdote. Le ofrecí un café. Era camionero, y hablando, le pregunté qué transportaba. “Huevos”, me dijo, y me regaló 32».

Silvano Malini y el equipo de la Palabra de Vida

Ciao.

 

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