domingo, 28 de junio de 2009

Hacer el bien y resistir al mal


A pesar de la prohibición del sumo sacerdote y del Sanedrín para que no volvieran a predicar y a enseñar de ningún modo en el nombre de Jesús (Hechos 4, 18), los Apóstoles predicaban cada día con más libertad y entereza la doctrina de la fe.

La resistencia de los Apóstoles a obedecer los mandatos del Sanedrín no era orgullo ni desconocimiento de sus deberes sociales con la autoridad legítima. Se oponen porque les quieren imponer un mandato injusto, que atenta a la ley de Dios. Recuerdan a sus jueces, con valentía y sencillez, que la obediencia a Dios es lo primero.

Hoy también el Señor pide a los suyos (a todos nosotros), la fortaleza y la convicción de aquellos primeros cristianos, cuando, en algunos ambientes existe un ataque frontal, o más o menos velado, a los valores humanos y cristianos, y se promulgan normas contrarias a la ley natural.
El Estado no es jurídicamente omnipotente; no es fuente del bien y del mal, y nuestra pasividad ante asuntos tan importantes sería una claudicación, y un pecado de omisión, en ocasiones grave, del deber de contribuir al bien común.

En medio de la confusión extendida, es necesario un criterio claro, firme y profundo, que nos permita ver todo con la unidad y coherencia de una visión cristiana de la vida, que sabe que todo procede de Dios y a Dios se ordena.
La fe nos da un criterio estable que orienta, y la firmeza de los Apóstoles para llevarlo a la práctica, nos anima a ser como ellos, que en contra de las opiniones de los demás, perseveraban en sus predicaciones, sin miedo al martirio.

El cristiano no debe aparcar a un lado su fe en ninguna circunstancia: No podemos dejar de ser católicos al entrar en el trabajo, en el lugar de diversión, en la Universidad o a la hora de votar. La fe ilumina toda la existencia. Todo se ordena a Dios que es el Sumo Bien, y esa ordenación ha de respetar la naturaleza propia de las cosas, que ha sido dada por el Creador.
No se trata de convertir el mundo y los hogares en una sacristía, ni la economía en beneficencia, etc., pero, sin simplificaciones ingenuas, la fe debe informar el pensamiento y la acción del cristiano porque jamás, en ninguna circunstancia, en ningún momento del día se debe dejar de ser cristiano, sino siempre vivir y pensar como cristiano.
Un cristiano no debe prescindir de la luz de la fe a la hora de valorar un programa político o social, o una obra de arte o cultural.
No se puede alabar esa política, esa ordenación social, una obra cultural, cuando se transforma en instrumento del mal.
Lo poco o mucho que cada uno puede hacer, debe hacerlo: Especialmente participar con sentido de responsabilidad en la vida pública, exponiendo su pensamiento, sin miedo y sin complejos.
En las manos de todos está la tarea de hacer de este mundo, que Dios nos ha dado, un lugar más humano y un medio de santificación personal.

Ciao.

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