
Esa es, quizás, nuestra raíz y nuestra esencia, nuestra más profunda fuerza, lo que a veces nos rompe, aunque otras nos suba al cielo. Podemos amar y ser amados.
Vivimos anhelando encuentros, caricias, palabras de comprensión y de reconocimiento.
Decimos de Dios, del que somos imagen, que es Amor. Y cuando miramos alrededor y vemos a los otros, soñamos con vivir desde la cordialidad de unos brazos que nos estrechan, unos ojos que se miran y se comprenden o unas manos que se enlazan.
El amor tiene muchos nombres, muchos rostros, muchas formas. Tiene innumerables historias. Es amistad, fe, pasión, enamoramiento; es amor a los padres y a los hijos; es compasión por las vidas heridas o anhelo por lo que está por vivir.
Es encuentro, quietud o tormenta. Es aceptación incondicional, y al tiempo es fe en las posibilidades del otro.
Amor es saber darnos. Y también saber pedir ayuda a aquellos en quienes confiamos.
Es disfrutar de la presencia y echar de menos en la distancia. Es celebrar juntos la vida y llorar juntos los golpes. A veces es sed, y otras, agua fresca de manantial que sacia todos los anhelos.
Es señal de que estamos vivos, y hay ocasiones en que la vida es un canto, y otras en que se transforma en añoranza y recuerdos.
A veces lo mitificamos un poco. Mitificamos el amor como algo que, sorpresivamente nos llega, como caído del cielo.
El amor no podemos exigirlo ni forzarlo. No podemos comprarlo ni obligar a nadie a correspondernos.
Lo único que está a nuestro alcance es amar, y, quizás, en el camino, hacernos querer.
A nuestro alcance está abrir las puertas e invitar a los otros a entrar en nuestra vida.
Salir a los caminos para estar asequibles para recibir otras vidas , y no aislados en las murallas y trincheras que nos hacen inasequibles.
Lo que está en nuestra mano es construir, con nuestras obras, nuestra palabra y nuestra vida espacios donde los otros puedan sentirse en como en su casa a nuestro lado, y acceder a nuestro amor gratuito y desinteresado que ofrecemos.
Ciao.
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