
¿Cómo hablar de amor cuando a veces mi corazón alberga desprecio o indiferencia?
¿Cómo amar a un Dios que a veces se me oculta?
Parece que para vivir el Evangelio hay que ser gente virtuosa, paciente, buena, sólida, firme, coherente a ultranza… ¡Vamos, un mirlo blanco, una joya! Parece que hay que tenerlo todo claro, o al menos tener muy claro lo esencial.
Pero en realidad esa es una de las paradojas del Evangelio: Descubrir en nosotros una debilidad fecunda, una flaqueza invencible, una contradicción sedienta de algo firme.
Y ahí, en esa tormenta, avanzar sin rendirse, sabiendo QUIÉN nos sostiene…
Somos humanos en la debilidad. No debemos exigirnos una perfección irreal. No debemos mitificar nuestras capacidades ni querer ignorar lo contradictorio de nuestras vidas. Aceptar que el amor a veces duele. Que el compromiso a veces cuesta. Que habrá días en que la generosidad no asoma por ninguna parte, y que hay ocasiones en que las lágrimas campen a sus anchas.
Se trata de darse cuenta de que la propia vida no es un cuento de hadas, sino más bien una historia con la complejidad de las historias humanas, con alegrías y tristezas, con aciertos y errores, con preguntas y respuestas (y alguna que otra pregunta sin respuesta).
Eso sí, sabiendo que en esa debilidad, y en Dios, somos fuertes de un modo bien diferente.
Ciao.
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