domingo, 23 de octubre de 2011

Cuatro verdades




«Arrepentíos, porque el Reino de Dios está cerca» (Mt 4,17)

Imagina que tienes un receptor de radio que, por mucho que gires el dial, sólo capta una emisora. Por otra parte, no puedes controlar el volumen: unas veces, el sonido apenas es audible; otras, es tan fuerte que te destroza los tímpanos. Y, además, es imposible apagarla y, aunque a veces suena bajo, de pronto se pone a sonar estruendosamente cuando lo que quieres es descansar y dormir. ¿Quién puede soportar una radio que funciona de semejante modo? Y, sin embargo, cuando tu corazón se comporta de un modo parecido, no sólo lo soportas, sino que lo consideras normal y hasta humano

Piensa en las numerosas veces que te has visto zarandeado por tus emociones, que has sufrido accesos de ira, de depresión, de angustia, cuando tu corazón se ha empeñado en conseguir algo que no tenías, o en aferrarte a algo que poseías, o en evitar algo que no deseabas. Estabas enamorado, por ejemplo, y te sentías rechazado o celoso; de pronto, toda tu mente y tu corazón empezaron a centrarse exclusivamente en este hecho, y el banquete de la vida se trocó en cenizas en tu boca. O estabas empeñado en ganar unas elecciones, y el fragor del combate te impedía escuchar el canto de los pájaros: tu ambición ahogaba cualquier sonido que pudiera «distraerte». O te enfrentabas a la posibilidad de haber contraído una grave enfermedad, o a la pérdida de un ser querido, y te resultaba imposible concentrarte en cualquier otra cosa...

En suma, en el momento en que te dejas atrapar por un apego, deja de funcionar ese maravilloso aparato que llamamos «el corazón humano». Si deseas reparar tu aparato de radio, tienes que estudiar radioelectrónica. Si deseas reformar tu corazón, tienes que tomarte tiempo para pensar seriamente en cuatro verdades liberadoras. Pero antes elige algún apego que te resulte verdaderamente inquietante, algo a lo que estés aferrado, algo que te inspire temor, algo que ansíes vehementemente... y ten presente ese apego mientras escuchas tales verdades.

Primera verdad: Debes escoger entre tu apego y la felicidad.
No puedes tener ambas cosas. En el momento en que adquieres un apego, tu corazón deja de funcionar como es debido, y se esfuma tu capacidad de llevar una existencia alegre, despreocupada y serena. Comprueba cuan verdadero es esto si lo aplicas al apego que has elegido.

Segunda verdad: ¿De dónde te vino ese apego?
No naciste con él, sino que brotó de una mentira que tu sociedad y tu cultura te han contado, o de una mentira que te has contado tú a ti mismo, a saber, que sin tal cosa o tal otra, sin esta persona o la de más allá, no puedes ser feliz. Simplemente, abre los ojos y comprueba la falsedad de semejante aserto. Hay centenares de personas que son perfectamente felices sin esa cosa, esa persona o esa circunstancia que tú tanto ansias y sin la cual estás convencido de que no puedes ser feliz. Así pues, elige entre tu apego y tu libertad y felicidad.

Tercera verdad: Si deseas estar plenamente vivo, debes adquirir y desarrollar el sentido de la perspectiva.
La vida es infinitamente más grande que esa nimiedad a la que tu corazón se ha apegado y a la que tú has dado el poder de alterarte de ese modo. Una nimiedad, sí, porque, si vives suficiente, es muy fácil que algún día esa cosa o persona deje de importarte... y hasta puede que ni siquiera te acuerdes de ella, como podrás comprobar por experiencia. Hoy mismo, apenas recuerdas aquellas tremendas tonterías que tanto te inquietaron en el pasado y que ya no te afectan en lo más mínimo.

Y llegamos a la cuarta verdad, que te lleva a la inevitable conclusión de que ninguna cosa o persona que no seas tú tiene el poder de hacerte feliz o desdichado.
Seas o no consciente de ello, eres tú, y nadie más que tú, quien decide ser feliz o desdichado, según te aferres o dejes de aterrarte al objeto de tu apego en una situación dada.

Si reflexionas sobre estas verdades, puede que tomes conciencia de que tu corazón se resiste a ellas o que, por el contrario, busca razones en su contra y se niega a tomarlas en consideración. Será señal de que tus apegos no te han hecho aún sufrir lo bastante como para desear realmente reparar tu «radio espiritual».
También es posible que tu corazón no se resista a dichas verdades; en tal caso, alégrate de ello: es señal de que el arrepentimiento, la «remodelación» de tu corazón, ha comenzado, y de que, al fin, el reino de Dios —la vida reconfortantemente despreocupada de los niños— se ha puesto a tu alcance, y estás a punto de tocarlo con los dedos y tomar posesión de él.

Una llamada al amor
Anthony de Mello

Ciao.

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