sábado, 22 de octubre de 2011

Mirar



«Dichosos los siervos a quienes su señor encuentre despiertos cuando regrese» qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?» (Lc 12,37)

En todas las partes del mundo, la gente anda buscando el amor, porque todos están convencidos de que sólo el amor puede salvar al mundo. Pero muy pocos comprenden en qué consiste realmente el amor y cómo brota en el corazón humano. Con demasiada frecuencia se equipara el amor a los buenos sentimientos para con los demás, a la benevolencia, a la no-violencia, al servicio... Pero todas estas cosas, en sí mismas, no son el amor. El amor brota del conocimiento consciente. Sólo en la medida en que seas capaz de ver a alguien tal como realmente es aquí y ahora, no tal como es en tu memoria, en tu deseo, en tu imaginación o en tu proyección, podrás verdaderamente amarla; de lo contrario, no será a la persona a la que ames, sino a la idea que te has formado de ella, o bien a la persona como objeto de tu deseo, pero no tal como es en sí misma.

Por eso, el primer acto de amor consiste en ver a esa persona u objeto, esa realidad, tal como verdaderamente es. Lo cual exige la enorme disciplina de liberarte de tus deseos, de tus prejuicios, de tus recuerdos, de tus proyecciones, de tu manera selectiva de mirar; una disciplina tan exigente que la mayoría de las personas prefieren lanzarse de cabeza a realizar buenas acciones y a ser serviciales que someterse al fuego abrasador de semejante ascesis. Cuando te pones a servir a alguien a quien no te has tomado la molestia de comprender,
¿Estás satisfaciendo la necesidad de esa persona o la tuya propia?
El primer ingrediente del amor, por tanto, consiste en comprender realmente al otro.

El segundo ingrediente, tan importante como el primero, es comprenderte a ti mismo, iluminar implacablemente, con la luz del conocimiento consciente, tus motivos, tus emociones, tus necesidades, tu falta de honradez, tu egoísmo, tu tendencia a controlar y a manipular. Lo cual significa llamar a las cosas por su nombre, por muy doloroso que resulte. Si logras tener esta clase de conciencia del otro y de ti mismo, sabrás lo que es el amor, porque poseerás una mente y un corazón alerta, vigilantes, claros y sensibles; una claridad de percepción y una sensibilidad que te harán reaccionar correcta y adecuadamente en cada situación y en cada momento. Unas veces te verás irresistiblemente llamado a la acción; otras, te refrenarás y te contendrás. Unas veces te verás obligado a ignorar a los demás; otras, les prestarás la atención que solicitan. Unas veces te mostrarás amable y complaciente; otras, duro, intransigente, enérgico y hasta violento. Y es que el amor, que brota de la sensibilidad, adopta las más inesperadas formas y responde, no a pautas y principios preconcebidos, sino a la realidad concreta del momento. Cuando experimentes por primera vez esta clase de sensibilidad, probablemente sientas verdadero terror, porque todas tus defensas se vendrán abajo, tu falta de honradez quedará al descubierto y los muros de protección que te rodean serán destruidos.

Piensa en el terror que invade a un hombre acaudalado cuando alcanza a ver realmente la lastimosa situación de los pobres; o a un dictador sediento de poder cuando se digna contemplar el verdadero estado en que se encuentra el pueblo por él oprimido; o a un fanático intolerante cuando logra comprender que sus convicciones no se corresponden con los hechos. O piensa en el terror que invade al romántico enamorado cuando se decide de veras a admitir que lo que él ama no es a su amada, sino la imagen que tiene de ella. Por eso es por lo que el más doloroso acto que un ser humano puede realizar es el acto de mirar. Es en este acto de mirar donde nace el amor; mejor dicho, ese acto de mirar es el amor.

Una vez que empieces a mirar, tu sensibilidad te llevará a tomar conciencia, no sólo de las cosas que decidas ver, sino de todas las demás cosas. Y tu pobre ego tratará desesperadamente de embotar esa sensibilidad, porque se ha visto despojado de sus defensas y se ha quedado sin protección y sin nada a lo que aferrarse. Si alguna vez te permites mirar, será tu muerte. Por eso es por lo que el amor es tan aterrador: porque amar es mirar, y mirar es morir. Pero es también la más deliciosa y estimulante experiencia de este mundo, porque en la muerte del ego está la libertad, la paz, la serenidad, la alegría...

Si lo que de veras deseas es amar, entonces ponte inmediatamente a mirar; pero tómatelo en serio. Fíjate en alguien que te desagrade y percibe de veras tus prejuicios; fíjate en alguien o algo a lo que te aferres y comprueba realmente el sufrimiento, la inutilidad y la falta de libertad que supone el aferrarse... y contempla detenida y tiernamente los rostros humanos y la conducta humana. Tómate tiempo para mirar asombrado la naturaleza, el vuelo de un pájaro, la lozanía de una flor, la caída de una hoja seca, el fluir de un río, la salida de la luna, la silueta de una montaña a contraluz... Y mientras lo haces, la sólida coraza que protege tu corazón se reblandecerá y se fundirá, y tu corazón rebosará de sensibilidad y delicadeza. Se desvanecerá la oscuridad de tus ojos, tu visión se hará clara y penetrante, y al fin sabrás lo que es el amor.
Una llamada al amor

Anthony de Mello

Ciao.

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