lunes, 10 de octubre de 2011

La sabiduría de la "Nube del no-saber"



Anímate, pues, frágil mortal como eres, y trata de entenderte a ti mismo.

¿Piensas que eres alguien especial o que has merecido el favor del Señor? ¿Cómo puede ser tu corazón tan pesado y tan falto de espíritu que no se levante continuamente por la atracción del amor del Señor y el sonido de su voz?

Tu enemigo te sugerirá que descanses en tus laureles. Pero estate alerta frente a su perfidia.
No te engañes pensando que eres mejor y más santo porque fuiste llamado o porque has avanzado en la vía singular de la vida.
Por el contrario, serás un desgraciado, culpable y digno de lástima, a menos que con la ayuda de Dios y de su dirección hagas todo lo que está en tu mano para vivir tu vocación.
Lejos de engreírte, deberás ser cada vez más humilde y entregado a tu Señor al considerar lo mucho que se ha abajado hasta llamarte aquel que es el Dios Todopoderoso, Rey de reyes y Señor de los señores. Pues de todo su rebaño te ha elegido amorosamente para ser uno de sus amigos especiales.
Te ha conducido a suaves praderas y te ha alimentado con su amor, forzándote a tomar posesión de tu herencia en su reino.

Te pido, pues, que sigas tu curso sin desmayo. Espera el mañana y deja el ayer. No te importe lo que hayas conseguido. Trata más bien de alcanzar lo que tienes delante. Si haces esto, permanecerás en la verdad. Por el momento, si quieres crecer has de alimentar en tu corazón el ansia viva de Dios. Si bien este deseo vivo es un don de Dios, a ti corresponde el alimentarlo. Ten en cuenta esto: Dios es un amante celoso. Está actuando en tu espíritu y no tolerará sucedáneos. Tú eres el único a quien necesita. Todo lo que pide de ti es que pongas su amor en él y que le dejes a él solo. Cierra las puertas y ventanas de tu espíritu contra la invasión de pestes y enemigos y busca suplicante su fuerza; si así lo haces te verás a salvo de ellos. Insiste, pues. Quiero ver cómo caminas. Nuestro Señor está siempre dispuesto. Él sólo espera tu cooperación.

Es inevitable que las ideas surjan en tu mente y traten de distraerte de mil maneras.
Te preguntarán diciendo:
- ¿Qué es lo que buscas?, ¿Qué quieres?

A todas ellas debes responder:

- A Dios solo busco y deseo, a Él solo.

Y si te preguntan:

- ¿Quién es este Dios?, diles que es el Dios que te creó, que te redimió y te trajo a esta obra. Di a tus pensamientos:

- Sois incapaces de captarle. Dejadme.

Dispérsalos volviéndote a Jesús con amoroso deseo. No te sorprendas si tus pensamientos parecen santos y valiosos para la oración. Con toda probabilidad te encontrarás a ti mismo pensando en las maravillosas cualidades de Jesús, su dulzura, su amor, su gracia, su misericordia.
Pero si prestas atención a estas ideas, verás que han conseguido lo que deseaban de ti, y continuarán hablándote hasta inclinarte hacia el pensamiento de la Pasión. Vendrán después ideas sobre su gran bondad y si continúas atento, estarán complacidas. Pronto te encontrarás pensando en tu vida pecadora y quizá con este motivo te podrás acordar de algún lugar en que viviste en tu vida pasada, hasta que de repente, antes de que te des cuenta, tu mente se habrá disipado por completo.

Y, sin embargo, no eran malos pensamientos. En realidad eran pensamientos buenos y santos, tan valiosos que todo el que desee avanzar sin haber meditado con frecuencia en sus propios pecados, en la Pasión de Cristo, la mansedumbre, bondad y dignidad de Dios, se extraviará y fracasará en su intento. Pero una persona que ha meditado largamente estas cosas ha de dejarlas detrás, bajo la nube del olvido, si es que quiere penetrar la nube del no-saber que está entre él y su Dios.
Por eso, siempre que te sientas movido por la gracia a la actividad contemplativa y estés determinado a realizarla, eleva con sencillez tu corazón a Dios con un suave movimiento de amor. Piensa solamente en Dios que te creó, que te redimió y te guió a esta obra. No dejes que otras ideas sobre Dios entren en tu mente. Incluso esto es demasiado. Basta con un puro impulso hacia Dios, el deseo de él solo.

Si quieres centrar todo tu deseo en una simple palabra que tu mente pueda retener fácilmente, elige una palabra breve mejor que una larga. Palabras tan sencillas como «Dios» o «Amor» resultan muy adecuadas.
Pero has de elegir una que tenga significado para ti. Fíjala luego en tu mente, de manera que permanezca allí suceda lo que suceda. Esta palabra será tu defensa tanto en la guerra como en la paz. Sírvete de ella para golpear la nube de la oscuridad que está sobre ti y para dominar todas las distracciones, fijándolas en la nube del olvido, que tienes debajo de ti.

Si algún pensamiento te siguiera molestando queriendo saber lo que haces, respóndele con esta única palabra. Si tu mente comienza a intelectualizar el sentido y las connotaciones de esta «palabrita», acuérdate de que su valor estriba en su sencillez. Haz esto y te aseguro que tales pensamientos desaparecerán. ¿Por qué? Porque te has negado a desarrollarlos discutiendo con ellos.

Pero tú dices:
- ¿Cómo puedo hacer para pensar en Dios tal cual es en sí mismo?
A esto sólo puedo responder:
- No lo sé.

Con esta pregunta me llevas a la misma oscuridad y nube del no-saber a la que quiero que entres. El hombre puede conocer totalmente y ponderar todo lo creado y sus obras, y también las obras de Dios, pero no a Dios mismo.
El pensamiento no puede comprender a Dios. Por eso, prefiero abandonar todo lo que puedo conocer, optando más bien por amar a aquel a quien no puedo conocer. Aunque no podemos conocerle, sí que podemos amarle.
Por el amor puede ser alcanzado y abrazado, pero nunca por el pensamiento. Por supuesto, que hacemos bien a veces en ponderar la majestad de Dios o su bondad por la comprensión que estas meditaciones pueden proporcionar. Pero en la verdadera actividad contemplativa has de dejar todo esto aparte y cubrirlo con una nube del olvido.
Deja, pues, que tu devoto, gracioso y amoroso deseo avance, decidida y alegremente, más allá de esto, llegue a penetrar la oscuridad que está encima.
Si, golpea esa densa nube del no-saber con el dardo de tu amoroso deseo y no ceses, suceda lo que suceda.

Extraído de La Nube del no-saber (Anónimo inglés del siglo XIV)

Ciao.

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