martes, 29 de noviembre de 2011

Ni dinero ni felicidad: Vida y muerte tras la secta



Hace unos días leía en el periódico digital La Gaceta, este interesante artículo sobre cómo suelen captar las sectas a sus víctimas.
Su artimañas son incalculables, para tratar de conseguir cazar a su presa, para abducirla y destruirla.
Me ha parecido interesante publicarlo, porque nunca se sabe si alguien cercano a nosotros o nosotros mismos, pasaremos o hemos pasado ya por una situación parecida, y porque este sistema piramidal que tanto está funcionando en España, y ahora con la crisis que estamos padeciendo, aún más, trata de jugar con la persona, prometiéndole grandes beneficios económicos, aprovechándose de su debilidad, por la situación qie está viviendo.
Mi intención es solamente la de alertar para evitar dicha situación y poder ayudar a las personas que veamos que están en esta situación.

La historia real de una joven que cayó en las peligrosas redes de una 'secta de lujo' que prometía hacerle rica.
No realizan sesiones de espiritismo ni hacen la ouija. No llevan máscaras ni se reúnen en locales clandestinos en el extrarradio de la ciudad. No son una secta al uso. Organizan conferencias en hoteles de primera en las que prometen grandes beneficios mediante la venta directa de ‘productos milagro’.

Marta se dejó embaucar por la retórica elegante y sugestiva de unos tipos que presumen de crear ricos y que culpan a la sociedad de “poner precio al trabajo de las personas”.
La gente con problemas económicos o que huye de un fracaso sentimental -Marta- es más proclive a creerse aquello de “¿quieres ser millonario?”.
He aquí la historia real con nombres ficticios.
Cuando Marta regresó a casa de sus padres, llevaba a cuestas un divorcio a pesar de sus veinticinco primaveras. Su vuelta fue el inicio de un camino tortuoso que desembocó en su muerte. Del fracaso de la separación nunca llegó a recuperarse. Su incapacidad para gestionarlo y su vulnerabilidad la sumergieron en un mar de dudas.
La joven pisaba arenas movedizas, y eso lo aprovechó Carmela, una antigua compañera de clase, que de la noche a la mañana se convirtió en inseparable. Un apoyo inesperado que le pilló con la guardia baja.
A pesar de que llevaban años sin verse, Marta se lanzó a los brazos de su vieja amiga. Una necesitaba desahogarse; la otra, ganarse la confianza interpretando el papel de mejor amiga. Una simbiosis de la que Carmela obtuvo recompensa:
Marta se creyó a pies juntillas las bondades de una clínica que presume de estar especializada en masajación [sic], homeopatía, cristaloterapia y de suministrar ‘excelentes productos para apoyar la salud del organismo’.

Toda esa retahíla de promesas en favor de la salud escondía algo. Así lo creyó siempre Francisca, la hermana de Marta, quien asegura que le dijeron “que la iban a ayudar, pero la bombardearon con mensajes como ‘tú vales mucho’ o "tú eres muy especial".

Kit de iniciación:

Para lograr su objetivo tocaron su fibra sensible. Un clásico en cualquier secta. En este caso está camuflada de gran corporación multinivel, por eso la captación siempre se lleva a cabo a través del señuelo de la venta de productos ‘milagrosos’ importados de Estados Unidos y la promesa de enriquecerse de manera fácil.
Hay dos formas de hacer picar el anzuelo: A través de una persona conocida (el caso de la ‘amiga’ de Marta) o bien utilizando a una mujer joven y guapa que acude a las cafeterías a tratar de intimar con los clientes habituales. “Los expertos lo llaman el botón, la debilidad, el punto en el que uno es vulnerable”, relata Francisca.
El camino que le espera a una familia cuando tiene conciencia de la clase de sitio a la que ha ido a parar un ser querido es un calvario. Porque la respuesta de la víctima suele ser hostil y agresiva. Francisca recuerda lo fuertemente afectada que por entonces ya estaba Marta. “Hablé con ella para tratar de hacerle ver la realidad. Nos rechazó a todos. Incluso mis sobrinos me dijeron: ‘¿Por qué la tía ya no nos quiere?’”.

Este tipo de comportamiento es bastante frecuente entre las personas captadas. Según el psicólogo especializado en sectas José Miguel Cuevas, el individuo que es fuertemente abducido reflexiona de esta manera: “Si todos estos [de la secta] hacen una cosa y creen en ella, será verdad. Si la mayoría no se equivoca y tiene la razón, ¿quién soy yo para creer que todos estén equivocados y que no soy yo el que lo estoy?”.
De esta manera, mostrarles la verdad puede resultar más difícil de lo que parece.

La nueva vida de un miembro empieza cuando firma un contrato que le da derecho a alquilar una plataforma con la que ‘crea’ su empresa. Lo hace abonando 550 euros y a cambio recibe el kit de iniciación, con el que se comprometen a vender y consumir dos productos mensualmente. “Vender y consumir, vender y consumir”, repite persuasivo Antonio Casado durante la conferencia para nuevos miembros que la corporación organiza en el salón de un lujoso hotel madrileño.

Ladrones de sueños

Allí, una especie de charlatán con acento colombiano y maneras de vendedor de motos de segunda mano trata a brazo partido de convencer al auditorio, que se pregunta atónito cómo es posible haber tardado tantos años en descubrir lo fácil que es hacerse rico. El charlatán, que presume de haber sido asesor económico de varios Gobiernos estadounidenses, deja claro que para entrar en el proyecto “no hacen falta estudios ni importa la raza, el sexo o el dinero... Todo el mundo lo puede hacer”.
Además recalca a los asistentes que en ningún momento van a estar solos, ya que en cada grupo los líderes los van a guiar a la gloria. La gloria, explica, no es más que el arte de lograr que alguien compre los dos productos, y por ello, ingrese en “la empresa o red” para convertirse en vendedor de la misma. Dicho con otras palabras, el objetivo es el de vender y captar, vender y captar.
“Cuanto más amplia sea la red, mayores beneficios se obtendrán”, dice seguro.
Una frase a la que sigue un silencio sepulcral en la sala. La idea ha calado: Buscar a más gente.
Pero lo que no saben las doscientas personas que están a punto de caer en la trampa (como hizo Marta) es que la mayor parte de los beneficios generados por la venta los tienen que reinvertir en comprar nuevos productos. Un círculo vicioso del que se beneficia el que está arriba de la pirámide: la empresa.
Al finalizar el acto de presentación de las ‘redes de mercado’, la organización forma corrillos de siete u ocho ‘nuevos’ en los que la figura del líder entra en escena.
Al cabo de un tiempo, el líder y el megalíder llegan a controlar y conocer hasta los detalles más íntimos de la vida de los adeptos, como cuántas veces acuden al baño o el poder adquisitivo de sus familiares.
Son las figuras sin las cuales no se entiende el entramado de la organización. Su deber es el de orientar a los miembros del grupo y que estos rindan culto a su persona.
Entre las recomendaciones que da esta especie de orientadores de la economía y la felicidad está la de pasear durante quince minutos al día entre árboles, según ellos, para impregnarse de la energía positiva que desprenden.
Tal cual. Y los que se oponen a hacer este ejercicio son acusados de ladrones de sueños.
Uno de los líderes, un tal Pau, responde entre carcajadas a uno de los iniciados que le pregunta si todo lo que acaba de escuchar funciona. “No recuerdo la última vez que alguien me preguntó eso”.
Otro, Fermín, es el dueño de una clínica ilegal en la que se suministran estos productos. Fermín también tiene un momento tenso con ese mismo ‘novato’, que no para de hacer preguntas incómodas. “¿Captar? ¡No! Definitivamente no me gusta esta palabra. Nosotros lo que hacemos es vender el producto e integrar al comprador en nuestro grupo. De comprador pasa a vendedor, y así sucesivamente”.

Pau fue líder de Marta. Lo primero que le ordenó a la joven cuando ingresó en la multinivel fue redactar una lista de doscientos conocidos ‘candidatos’ a formar parte de la estructura.
A partir de ahí su forma de ser cambió radicalmente, cosa que no pasó inadvertida para su familia.
En casa, Marta ya no hablaba de otra cosa que no fuera de los productos que vendía y consumía. “Que Dios me perdone, pero es que mi hermana era insoportable, porque solo hablaba de la secta, y si hablábamos de otro tema, se callaba”, recuerda con amargura Francisca.

Portátiles en el funeral

Antes de caer en el abismo, la suerte de Marta pareció cambiar. Encontró trabajo, y con ello se redujo el tiempo que anteriormente dedicaba a asistir a las sesiones organizadas por el líder de equipo. Desde luego, ni a Pau ni a nadie les sentaron bien esas ausencias, ya que poco antes Marta había firmado un documento por el cual se convertía en diamante, esto es, ascendía un escalón más en la pirámide, y esto le comprometía a pasar más tiempo con ellos.

En este proceso de idas y venidas Francisca logró convencer a su hermana para que acudiera al psiquiatra. El gesto de Francisca llegó a oídos del líder. “En la secta le dijeron que yo era una persona negativa, les molestaba que yo le hiciera ver la realidad”.
No obstante, el diagnóstico que arrojó la doctora fue favorable: Marta no presentó síntomas preocupantes.
Solo un pero: Confesó que por primera vez se sintió rechazada por sus amigos.
Poco después, se consumó la tragedia con su suicidio, hecho que no pareció entristecer a los miembros de la secta.
Con una apatía y excentricidad que traspasaba los límites de lo irrespetuoso, líder y megalíder se presentaron en el tanatorio acompañados de una cohorte de fieles. Pau se acercó a Francisca y le soltó una frase que todavía hoy no ha podido olvidar: “Mírala [mientras señalaba el cadáver de Marta], qué jodía, ahora sí que está feliz”. No contento con lo que parecía una provocación, los miembros de la secta se sentaron en el suelo con ordenadores portátiles mientras hablaban en alto como si la cosa no fuera con ellos.

De pronto, el megalíder mostró interés en hablar con la familia de la difunta. Todos esperaban las condolencias, pero lo que se encontraron fue con que este sabía que Francisca y su madre eran pensionistas. “Además me dijo que mi hermana le confesó que la única salida que veía era suicidarse”. También le susurró algo al oído: “Ayer mismo tu hermana me estuvo hablando de ti, decía que habías sufrido mucho, que habías salido de muchas cosas, tu hermana te adoraba”.

La noche antes de morir, Marta se reunió con Pau y le dijo que no quería ser un lastre y que había sido incapaz de cumplir su sueño, incluso le pidió perdón al líder por las reiteradas ausencias de los últimos tiempos.
“El megalíder me dijo que mi hermana le confesó que la única salida que veía era suicidarse. Ellos le inculcaron la idea de que si no se había enriquecido, era por culpa suya”.

Tras el funeral, creció la sospecha de que su hermana se quitó la vida por no haber podido seguir metiendo dinero en la secta, y que cuando el líder le sugirió que se lo pidiera a su familia, Marta se agobió y se quitó la vida. Esto no deja de ser una hipótesis; pero la realidad es que tras dos años absorbida por la secta Marta ni acabó feliz ni millonaria.

Esclava del gurú

Amalia siempre había sentido fascinación por el hinduismo y los libros de yoga. Justo después de su separación abandonó Madrid junto a sus hijos para instalarse en una ciudad andaluza.
Allí le presentaron a un hombre que decía ser un gurú hinduista.
A tanto llegó su obsesión que se dejó embaucar hasta el punto de instalarse en la casa del ‘maestro’ junto con otras cuatro mujeres.
A este ‘profeta’ solo le interesaba captar mujeres, y cuanto más guapas, mejor. Cuando Amalia se quiso dar cuenta ya llevaba varios años viviendo en casa del gurú y cumpliendo todas las exigencias que este imponía.
Estas pasaban por dormir cuatro horas al día, poner su sueldo a disposición del gurú, hacer las tareas del hogar y satisfacer las necesidades sexuales del mandamás (ya fuera con él o entre ellas cuando a él le apetecía).
Estas orgías las organizaba bajo la excusa de que las necesitaba porque era un ‘maestro tántrico’. Cuando los hijos de Amalia alcanzaron la mayoría de edad, optaron por volver a Madrid junto a su padre.
Tiempo después ella también volvió a Madrid, pero lo hizo a instancias del gurú y para cobrar una herencia de 45 millones de pesetas de la que el maestro sacó tajada.
Catorce años después de tantas equivocaciones, Amalia huyó despavorida preguntándose cómo pudo haber caído tan bajo.

Javier Torres

Ciao.







1 comentario:

Angelo dijo...

Da miedo pensarlo.
Un abrazo