viernes, 23 de mayo de 2014
¿Cómo voy a educar a mi hijo si yo, su padre, no sé quién soy?
Nunca ha sido fácil educar hijos, ello requiere no solo de conocimientos sino además de identidad, de saber que algo se sabe y de saber que se es.
La guía del sentido común y del instinto nos ayudan a tener la certeza de dar lo mejor a cada uno de ellos y de ofrecerle las mejores herramientas para enfrentar el futuro, que muchas veces suele ser nublado o luminoso, dependiendo de lo que sembremos en el corazón de cada uno de ellos.
Pero no podemos negar además que la educación requiere aprendizaje en el educador: Debe leer, formarse, asistir a cursos de padres, dejarse guiar de los que llevan experiencia por delante y sobre todo reconocer cuando las cosas se han hecho mal e intentar corregirlas. Todo esto, combinado con la Gracia de Dios, dará como resultado que cada hijo vaya siendo una figura perfectible de lo que el Señor ha soñado para él.
Lo que no puede dudarse es que muchas veces hay equivocaciones en el proceso de educación que sin ser de mala fe se hacen de manera consciente y dan al traste con la posibilidad de hacer de cada miembro de nuestra familia una persona de bien.
Existe hoy una extendida mentalidad transmitida popularmente en la que los padres suelen repetir como loros: “no quiero que a mi hijo le falte todo lo que a mí, quiero que lo tenga todo”. Primer gran error en la educación. Hay que permitir que los hijos crezcan con carencias elementales, eso no hace daño. Deben recordar que el mundo no estará para darles todo de manera caprichosa, por el contrario, luchará por arrebatárselos. Ellos deben aprender que los bienes que se adquieren no brotan espontáneamente de la tierra ni existe un acto mágico de la palabra por la que al pedir se vea inmediatamente realizada su petición. Deben entender, por ejemplo, que un móvil de alta gama requiere una edad y un tiempo preciso y que su “urgencia” no lo llevará a la muerte por no poseerlo.
Cuando se es un niño, los corazones de los adultos laten tiernamente ante su presencia y una de las palabras que más alimentan su creciente ego es llamarlos “mi príncipe o mi princesa” (o su equivalente rey o reina). Ellos, que apenas van creciendo y aprendiendo de los cuentos de hadas lo que esta palabra significa, pueden empezar a comportarse como verdaderos tiranos de sus padres y tratarlos como sus vasallos con gritos y pataletas. Recuerda que su reinado es un reinado de lujo, sin corona, protocolario y sin mando alguno. Cuando quieran actuar como tales en el mundo se encontrarán sólo tratados como plebeyos y nunca como nobles. Pueden ser reyes o reinas, pero los que gobiernan son los padres.
Deben comprender que en la vida uno no hace sólo lo que le gusta sino también lo que debe y muchas veces lo que debe no es lo que gusta. Por ello no los eduques permitiendo que desde niños hagan lo que les plazca puesto que habrá momentos, muchos momentos, en que deberán hacer lo que no les gusta.
No trates de evitarles frustraciones puesto que ellas hacen parte de la cotidianidad. Por el contrario, enséñales que no siempre se gana y a no sentirse inferior por el triunfo de otros. Aprender a tolerar la frustración les evitará deseos suicidas cada vez que las cosas no salgan como lo desean. Equivocarse, perder, errar, hacer el ridículo, tienen muchas cosas que enseñar y si logran aprender la lección nada que suceda en el futuro les arredrará.
En cuanto a la fe no esperes a que crezcan para que decidan si quieren creer o no. Nadie decide creer pues la fe no es un acto exclusivo del intelecto. Recuerda que “la fe entra por el oído” (hay que enseñarles la Palabra de Dios) y a amar a Dios se aprende del amor que los padres le profesan. A orar se aprende orando y no sólo pidiéndoles que oren antes de irse a la cama, como a caminar se aprende dando pasos. Cultivar en él su dimensión de trascendencia le ayudará a asumir la vida sin hastío y vivir con mirada de futuro y no simplemente al nivel del instinto y de las apetencias fisiológicas.
No les des gusto en todo, amar también es saber decir “no”. El hogar no es una dictadura pero tampoco una democracia; los padres son los que gobiernan la casa y para ello han sido puestos por Dios en ese papel. Es importante incentivar en los hijos la toma de decisiones, sus gustos personales, su propia identidad, pero cuando de tomar decisiones importantes se trata, los padres son quienes tienen la última palabra.
Si te limitas a decirle que sí a todo lo que desea no te extrañe que se levante como un ser sin carácter y caprichoso, que arrebatará al mundo lo que cree que el mundo debe darle. El carácter se forja y la educación oportuna ayuda a hacer de ellos personas de bien para sí mismos y para la sociedad.
Educar hijos nunca ha sido sencillo, pero quien es padre debe pedir asistencia a Dios y a los hombres para hacerlo de la mejor manera.
Juan Ávila Estrada
Ciao.
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