El hombre de hoy se aferra tan firmemente al presente, acaso porque no soporta contemplar el futuro ni mirarle a los ojos. El mero hecho de pensar en él le produce pesadillas.
Digámoslo de nuevo: Ya no tenemos miedo de que el sol pueda ser vencido por las tinieblas y no salga nunca más. Sin embrago, tememos a la oscuridad que procede del hombre.
Con ella hemos descubierto por vez primera la verdadera oscuridad, más temible en este siglo de crueldades de lo que las generaciones anteriores a nosotros pudieran imaginar.
Tenemos miedo de que el bien se torne impotente en el mundo, de que paulatinamente deje de tener sentido perseguirlo con verdad, limpieza, justicia y amor.
Nos inquieta que en el mundo se abra nuevamente paso la ley del más fuerte, que la marcha del mundo dé la razón a los desenfrenados y a los brutales, no a los santos.
Vemos que a nuestro alrededor domina el dinero, las bombas, el cinismo de aquellos para quienes no hay nada sagrado. Con cuánta frecuencia nos asalta el temor de que, a la postre carezca por completo de sentido la marcha confusa del mundo, de que, en última instancia la historia universal distinga únicamente entre los necios y los fuertes.
Joseph Ratzinger
Ciao.
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