miércoles, 9 de marzo de 2016

El síndrome del “niño rico”



En 1750, en plena Ilustración, Jean-Jacques Rousseau ganó el concurso de la Academia de Dijon de París con su conocida tesis sobre la bondad natural del ser humano.
El hombre –mantenía– es bueno por naturaleza y son las artes y las ciencias las que lo hacen malo. La sociedad viene a corromper al niño, que nace con una bondad innata; quizá si lo pudiéramos aislar de la influencia de sus congéneres, pensaba Rousseau, mantendría esa esencia pura e incorrupta.

En 2013, Ethan Couch, un adolescente de Texas, conducía ebrio la furgoneta que le había regalado su padre a los 15 años. Tuvo un accidente. Atropelló y mató a cuatro personas, y otras once resultaron heridas. Para indignación de todos, solo fue condenado a diez años de libertad condicional (la acusación pedía veinte de prisión) durante los cuales se le prohibía conducir, así como consumir drogas o alcohol.
Esta sentencia tan favorable fue conseguida gracias a la intervención del psicólogo G. Dick Miller, perito de la defensa, quien convenció a la juez Jean Hudson Boyd de que la vida de Ethan estaba fuera de control por culpa de sus padres. Según Miller, los padres del joven Ethan Couch consintieron todos sus caprichos, nunca lo corrigieron ni le enseñaron la diferencia entre el bien y el mal; ellos siempre solucionaban las diversas meteduras de pata de su hijo a base de dinero.

Parece ser que la sentencia consideró atenuante el hecho, alegado por la defensa, de que Ethan Couch sufría de “affluenza” o síndrome del “niño rico”.
El término fue acuñado por John De Graaf, David Wann y Thomas H. Naylor en su libro Affluenza: The All-Consuming Epidemic y lo definieron como “una condición dolorosa y contagiosa, transmitida socialmente, consistente en la sobrecarga, el endeudamiento, la ansiedad y el despilfarro como consecuencia del obstinado empeño por poseer más”. 
Los autores lo consideraban como un poderoso virus que aumenta sin parar en nuestra sociedad, infectando no sólo a nuestros bolsillos sino a nuestra propia alma y, sobre todo, a los hijos de padres millonarios.

La epidemia que todo lo consume, la “affluenza”, habría afectado, según Miller, al pobre Ethan, el cual no sería sino una víctima más del síndrome del “niño rico”, entre cuyos síntomas destaca la ausencia de criterios morales y de responsabilidad, sofocados por el celo ultraproteccionista de sus padres. Hace unos días, Ethan colgó un vídeo en Internet donde aparecía con unos amigos consumiendo drogas; para evitar ser detenido, su madre se lo llevó a México, donde ambos fueron descubiertos.

El psicólogo Miller, al igual que hiciera Rousseau hace más de doscientos cincuenta años, convenció a un tribunal, en este caso de justicia, de que el joven Ethan era bueno por naturaleza y que, ya no las artes y las ciencias, sino una madre y un padre ultraproteccionistas, lo habían llevado a delinquir.
Él actúa pero no se siente responsable de sus actos, porque siempre ha tenido a alguien que respondiera de su parte. Él procede sin límites, porque no ha habido quien se los pusiera. Él obra sin ton ni son, porque nadie le ha enseñado que hay un bien y un mal y, para descubrirlo por sí mismo, habría tenido que bucear muy hondo en la piscina del tío Gilito en la que le sumergieron sus padres.

La “affluenza”, o síndrome del “niño rico”, no está reconocida como enfermedad psiquiátrica; no obstante, la epidemia sigue creciendo. Solo los padres tienen la vacuna.

Ciao.

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