viernes, 21 de octubre de 2016

El espejo

Cuando uno se pone delante de un espejo puede parecer que todo pasa por él, pero en realidad no pasa nada. Van caminando por delante años y multitud de cambios, los cuales parecen haberle afectado profundamente pero realmente solo han sido imágenes que se han proyectado.
A lo largo de la vida han cambiado las ropas y los muebles que se vislumbraban dentro de ese espacio mágico, pero el marco ha seguido siendo el mismo. Y si lo han sustituido, la lámina que causa la proyección ha permanecido intacta; como mucho se ha difuminado su brillo.
Es triste contemplar un espejo, pues nada ha marcado su vida. Ha pasado de todo en su interior, pero sin dejar ninguna huella. Nuestra vida, en muchas ocasiones, se sitúa en el paradigma de este reflejo.
La espiritualidad ignaciana busca sacarnos de esta forma neutra de existencia. Y por eso nos llama a afectarnos, a tocar, a alegrarnos en el pesebre y a llorar junto a la cruz.
Ignacio nos invita a que nuestra vida solo se parezca a un espejo en cuanto que es capaz de reflejar la luz. Una luz que brota no de la indiferencia de lo que acontece a mi alrededor, sino de mi propia transformación a través de la realidad que nos rodea. Tanto del gozo como de la pena, pues en el afectarnos nos jugamos el seguimiento de Jesús.

Espiritualidad Ignaciana

Ciao.

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