El tiempo de Navidad lo asociamos con muchas palabras: Compras, ruido, luces, prisas, alegría en las calles, vacaciones, encuentros, nostalgia, amargura, discusiones… Pero, ¿Es solo eso? Navidad es, sobre todo, tiempo de encarnación. Disfrutar, con humildad y silencio, de la Palabra hecha niño que solo duerme, llora y siente el calor de los que le rodean. Al quedarse sin palabra se hace un poco más como nosotros… y a nosotros un poco más como Él.
La contemplación del nacimiento de Jesús es una de las más desarrolladas en los Ejercicios.
Y cuando San Ignacio nos invita a hacerla, nos indica que nos situemos ante la familia de Belén como “un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndoles en sus necesidades” .
No nos pide mirar desde fuera, sino en-carnar-nos: Asumir, apostar, esperar, confiar en lo que siento que Dios me pide… Y poner los medios para ello. ¿Cómo? Sin cansarnos de mirarle, aquí y ahora.
Y de preguntarle: “¿Cómo?”.
Navidad: Dios-con-nosotros y nosotros-con-Dios.
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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