Sufrir en silencio la humillación,
dejar que la procesión vaya por dentro,
como un pueblo abatido que camina sin ser notado.
Y convertirse lentamente, a fuerza de suspiro y amor, en un Cristo que está mascullando la vida, la verdadera, la entregada, la que los mismos asesinos impúdicos buscan sin saberlo cada mañana.
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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