jueves, 1 de junio de 2017
Palabra de Vida Junio 2017
«Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21).
En los días sucesivos a la crucifixión de Jesús, sus discípulos se encerraron en casa, asustados y desorientados. Lo habían seguido por los caminos de Palestina mientras anunciaba a todos que Dios es Padre y ama tiernamente a cada persona.
Jesús había sido enviado por el Padre no solo para testimoniar con su vida esta gran novedad, sino también para abrirle a la humanidad el camino para encontrarse con Dios; un Dios que es Trinidad, comunidad de amor en sí mismo, y que quiere incluir en este abrazo a sus criaturas. Durante su misión, muchos vieron, oyeron y experimentaron la bondad y los efectos de sus gestos y de sus palabras de acogida, perdón, esperanza… Luego llegó la condena y la crucifixión.
Y en este contexto el Evangelio de Juan nos cuenta que Jesús, resucitado al tercer día, se aparece a los suyos y los invita a proseguir su misión:
«Como el Padre me envió, también yo os envío».
Como si les dijese: «¿Recordáis cómo he compartido con vosotros mi vida?, ¿Cómo he saciado vuestra hambre y sed de justicia y de paz?, ¿Cómo he sanado los corazones y los cuerpos de tantos marginados y descartados de la sociedad?, ¿Cómo he defendido la dignidad de los pobres, de las viudas, de los extranjeros?
Seguid ahora vosotros: Anunciad a todos el Evangelio que habéis recibido, anunciad que Dios desea que todos se encuentren con Él y que sois todos hermanos y hermanas».
Cada persona, creada a imagen de Dios Amor, tiene ya en el corazón el deseo del encuentro; todas las culturas y todas las sociedades tienden a construir relaciones de convivencia. Pero ¡Cuánto esfuerzo, cuántas contradicciones, cuántas dificultades para alcanzar esta meta!
Esta profunda aspiración choca cada día con nuestras fragilidades, con nuestros miedos y cerrazones, con la desconfianza y los juicios recíprocos.
Y sin embargo, el Señor nos sigue dirigiendo con confianza la misma invitación:
«Como el Padre me envió, también yo os envío».
¿Cómo vivir en este mes una invitación tan audaz?
La misión de suscitar la fraternidad en una humanidad tantas veces herida ¿No es una batalla perdida antes incluso de que comience?
Solos nunca podríamos conseguirlo, y por eso Jesús nos ha hecho un regalo muy especial, el Espíritu Santo, que nos sostiene en el compromiso de amar a cada persona, aunque sea un enemigo.
«El Espíritu Santo, que se nos da en el bautismo […], al ser espíritu de amor y de unidad, hacía de todos los creyentes una sola cosa con el Resucitado y entre ellos, superando todas las diferencias de raza, de cultura y de clase social. […] Con nuestro egoísmo es como se construyen las barreras con las que nos aislamos y excluimos a quienes son distintos de nosotros. […] Por ello, escuchando la voz del Espíritu Santo, trataremos de crecer en comunión […] superando las semillas de división que llevamos dentro de nosotros».
En este mes, con la ayuda del Espíritu Santo, recordemos y vivamos también nosotros las palabras del amor en cualquier ocasión que tengamos, grande o pequeña, de relacionarnos con los demás: Acoger, escuchar, compadecer, dialogar, alentar, incluir, cuidar, perdonar, valorar… Así viviremos la invitación de Jesús a continuar su misión y seremos canales de esa vida que Él nos ha dado.
Es lo que experimentaron un grupo de monjes budistas durante su estancia en la ciudadela internacional de Loppiano, en Italia, cuyos 800 habitantes procuran vivir con fidelidad el Evangelio.
Se quedaron profundamente impactados por el amor evangélico, que no conocían.
Uno de ellos cuenta: «Dejaba mis zapatos sucios a la puerta de la habitación, y a la mañana siguiente me los encontraba limpios. Dejaba mi ropa usada fuera y por la mañana me la encontraba limpia y planchada. Sabían que tenía frío porque soy del sureste de Asia, y entonces subían la calefacción y me daban mantas…
Un día pregunté: “¿Por que lo hacéis?”. “Porque te queremos”, me respondieron».
Esta experiencia abrió el camino a un diálogo verdadero entre budistas y cristianos.
LETIZIA MAGRI
Ciao.
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