martes, 15 de agosto de 2017

Humildad y Sencillez



La Humildad y la Sencillez... Dos valores muy difíciles de mostrar...

La Humildad es…

Reconocer nuestras debilidades, cualidades y capacidades y aprovecharlas para obrar en bien de los demás, sin decirlo.
Es aceptar las cualidades con las que nacemos o desarrollamos, desde el cuerpo hasta las posesiones más preciadas.
La Humildad es un estado del alma al cual se llega mediante la comprensión exacta de nuestra pequeñez en ese conjunto maravilloso e infinito de la Creación en el cual vivimos, y de lo mucho, muchísimo, que necesitamos aprender y experimentar para perfeccionarnos y lograr así la armonía con ese Todo Perfecto del que formamos parte.

Decálogo de la Humildad que elimina la soberbia, cultiva el espíritu positivo hacia los demás. 

1.-No permitir que tus actitudes o palabras ofendan a otros.
2.-Estar en armonía es el mejor regalo; sonríe y mira a todos con cariño.
3.-Cuida tu lenguaje.
4.-No hables para criticar, ni siquiera con el fin de agradar.
5.-Haz de la humildad una clave de tu vida y el resultado será una buena autoestima.
6.-Reconoce la realidad y esfuérzate por ser mejor.
7.-Elige a tus amistades por tus afinidades.
8.-Resalta los aspectos positivos en los demás, minimiza sus debilidades.
9.-No te sientas superior a nadie.
10. Aprecia otras virtudes para fortalecer la humildad: la modestia, la sobriedad, etc.

La Sencillez es...

La llaneza de lo natural, de lo fácil, de lo comprensible, que puede llegar a todos sin oscuros obstáculos y es lo que caracteriza a la belleza.
Lo sencillo es lo ingenuo, lo franco, lo sincero y afable; así como es sencilla la naturaleza, que se brinda sin condiciones.
La sencillez la expresa el que elige el camino directo, sin vueltas, para evitar las malas interpretaciones que produce la ambigüedad de los atajos.
La sencillez no necesita adornos ni hacer ostentación, porque es como el agua, que sin tener ni gusto, ni sabor, ni color, es igualmente necesaria.
Para ser auténtico hay que empezar por ser sencillo, no escabroso, dificultoso, arduo o peligroso, deseoso de mostrarse tal cual es, sin afectación ni ningún decorado, porque el hábito no hace al monje y el mejor atavío no nos puede decir nada de alguien, aunque esté lujosamente engalanado.

En nuestra vida diaria con frecuencia nos gana la vanidad, el orgullo, la soberbia… Tenemos que servir a Dios, no con el propósito de hacer valer luego unos derechos adquiridos, sino con amor gratuito de hijos, con un verdadero espíritu de sencillez y humildad, reconociendo que lo que somos o lo que tenemos no es sólo fruto de nuestro esfuerzo o de nuestro talento, sino que viene de Dios y de la poca o mucha ayuda que nos han brindado los demás.
Hay que seguir la huella de pensamiento de los niños, con su humildad y sencillez...

Ciao.


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