jueves, 7 de junio de 2018
Desolaciones y tristezas
En nuestra vida se suceden contentos y tristezas, gozos y añoranzas. Nos gusta sentirnos alegres, pero a veces nos invade la desgana, la apatía o la amargura.
¿Es esto la desolación espiritual? ¿Es lo mismo desolación que tristeza?
Existe una tristeza natural. La produce la pérdida de una relación, un fracaso inesperado, la frustración de una expectativa o algún daño recibido. La tristeza apaga el afecto, debilita el ánimo y ralentiza el ordinario discurrir del pensamiento. Nos deja planos y grises. Y a veces con un poso de amargura que se expresa en ironía o mal humor. Además, no raramente hacemos daño a los que más queremos. Ni nos aguantamos ni nos aguantan.
Pero estas tristezas naturales no son desolación espiritual.
La desolación espiritual siempre tiene una referencia a Dios y a sus cosas. Se siente como oscuridad ante la verdad divina, insensibilidad ante la Palabra, pereza para el bien, lejanía del Señor.
Puede tener una fuerza inesperada, y tambalea las buenas intenciones que teníamos sólo un día antes. Si se prolonga un tiempo resulta una prueba espiritual particularmente dura; por ejemplo Ignacio de Loyola tuvo tentaciones de quitarse la vida, atormentado por sus escrúpulos.
Entonces, ¿Todo es tristeza natural o desolación espiritual? No.
Pues también existen muchas tristezas ambivalentes y mezcladas. Por ejemplo, cuando un matrimonio tiene dificultades, aunque un día se quisieron de verdad. O cuando un creyente comprometido con los pobres no es aceptado por esos mismos pobres. O cuando un catequista no es escuchado. O cuando una joven consagrada por amor a Dios siente, al cabo de un tiempo, la frustración de su ilusión primera.
Estas situaciones son ambivalentes: Pues no sólo parece que Dios está lejos, sino que nuestro ego se siente frustrado (aunque sea de modo latente). Y nuestro ego frustrado explica muchas desolaciones que llamamos espirituales.
Luis María García Domínguez SJ
Ciao.
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