sábado, 8 de junio de 2019
Espíritu...
A medida que nos acercamos a Pentecostés, puede ser muy útil y necesario tratar de entender lo que significa el espíritu en nuestra vida. Una reflexión en varias partes, sobre un espíritu de verdad, que habla y que envía...
Las palomas suelen ser molestas y el fuego conviene que esté controlado, no que caiga en llamaradas del cielo, que en tiempo de sequía puede provocar catástrofes.
Sin embargo, más allá de las imágenes y los símbolos, sigue siendo necesario descubrir la presencia de un espíritu de Dios que, dentro de cada uno de nosotros, provoca terremotos, desencadena incendios, nos hace fuertes, alegres, valientes, apasionados, audaces y sabios.
En espíritu y verdad:
El Espíritu de Dios, si dejamos que nos toque, nos ayuda a zambullirnos en nuestro mundo con los ojos abiertos, con los oídos atentos, con el corazón dispuesto para asomarnos a la verdad profunda. No a la verdad racional (que también).
No a la verdad pragmática (que también). No a la verdad sensata (que también).
Ante todo a la verdad profunda que nos dice que hemos sido creados para una Vida plena, y para contribuir a que cada ser humano participe de dicha Vida.
La verdad honda que nos dice que, en lo profundo de nosotros no sólo late un corazón, sino también un Dios que inspira en cada persona una forma de ser humano que, si le dejáramos, haría de este mundo un lugar fascinante.
La verdad auténtica: Somos Hijos, hermanos y estamos llamados a vivir como tales.
Espíritu que habla:
No es por provocar, pero esto del don de lenguas, cuando se reduce a algo así como empezar a proferir sonidos de otro supuesto idioma, resulta un poco extraño.
Me parece a mí que el Espíritu tiene bastante reto en conseguir, en nuestro mundo, en nuestras sociedades, y en nuestra Iglesia, que nos comprendamos.
Intuyo que esto del Espíritu que da la capacidad de comunicarse tiene que ver con lo de entenderse con quien es diferente, dialogar con quien piensa distinto, cree (o duda) por otras cosas.
No es aquí cuestión de encontrar un cierto “esperanto” místico. Más bien el milagro está en ser capaces de escuchar y comprender las alegrías y tristezas, las esperanzas y las angustias, los logros y los temores, las búsquedas de los otros. El milagro está en ser capaces de vislumbrar, respetar y, al tiempo, decir una palabra que ayude a dar sentido.
El milagro ocurre cada vez que entre dos personas hay un puente, y alguien lo cruza para asomarse con interés genuino a la vida de otro, y lleva como regalo la certeza de que Dios puede llenar nuestras vidas.
Espíritu que envía:
Cuando esa semilla arraiga cuando ese latido de Dios en nosotros se vuelve estruendo, cuando de golpe se desata la pasión por el Reino y por los otros (¿Acaso no van siempre unidos?), entonces en la vida uno se siente enviado, empujado, llevado… A construir sin miserias. A arriesgar sin excesos de prudencia. A intentar sin tener garantizado el éxito. A asomarse a las vidas, los rostros, las inquietudes de tantos. A proclamar un evangelio que este mundo necesita.
Entonces uno siente que camina hacia algún sitio, y no camina solo.
Entonces uno, aunque pudiera quedarse tumbado, prefiere levantarse y echar a andar, creer, soñar y luchar por algo.
Ese envío pasa por cosas muy sencillas (estudios, trabajos, familia, amigos, los próximos y los ajenos)… Pero les da una dimensión diferente.
Pastoral SJ
Ciao.
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