Al final de la vida hay que llegar con las manos vacías de tesoros y llenas de recuerdos.
Manos gastadas, con vestigios de vida repartida y rostros acariciados; agrietadas por el tiempo, ajadas por las luchas sostenidas.
Manos desnudas, vueltas hacia Dios en muda declaración de confianza y abiertas hacia los otros en cordial invitación al encuentro.
Que dancen las manos, y defiendan la alegría, convertida en saludo y movimiento.
Que bailen y cuenten, en su vuelo, historias de amor.
Al final de cada día hay que llegar con las manos vacías de tesoros y llenas de recuerdos.
José María Rodríguez Olaizola
Ciao.
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