miércoles, 21 de abril de 2021

Cambios culturales

Un diálogo necesario, fuente de una historia fecunda y humanizadora. Gracias a Daniel Cuesta Gómez.

Durante la Antigüedad existía la llamada práctica de la «exposición» de los niños. Consistía en que, para que un bebé formara parte de la familia, este debía ser recogido del suelo por su padre después de su nacimiento, que, con este gesto significaba que reconocía a ese niño como parte de su familia. En el caso contrario, el niño era expuesto (de ahí la palabra «expósito») en una plaza, donde podía ser recogido por otra familia, o bien abandonado en el campo, donde moriría o bien de hambre o bien porque sería comido por algún animal salvaje.

Cualquiera que hoy sienta esta historia, siente un escalofrío y piensa en la maldad de esta práctica, o en por qué nadie veía la maldad de la misma o se alzaba en su contra. Sin embargo, en la época era algo comúnmente aceptado. La razón no es que aquellas personas fueran peores que nosotros, sino, más bien, que habían aceptado unas razones por las cuales se «entendía» y «exculpaba» el mal menor de esta práctica. Porque, si los niños se abandonaban era por razones que, para ellos eran «justificadas». Es decir, o bien porque era un niño débil y enfermo, que difícilmente podría sobrevivir o, en el caso de hacerlo, sería una carga para la familia, o porque era fruto de un embarazo no deseado, o bien porque sus padres no podían hacerse cargo de los costes de su manutención.

Lo interesante del caso es que precisamente fueron los cristianos los que comenzaron a alzarse en contra de esta práctica, puesto que reconocían que Dios era el único que tenía poder para dar la vida y, por tanto, toda vida debía ser salvada. Sobra decir que esta cuestión, a sus contemporáneos, les pareció exagerada, delirante y fundamentalista, puesto que se trataba de algo socialmente aceptado y justificado. Pero, poco a poco, el mensaje cristiano fue calando en la sociedad, haciendo comprender que, dentro de esta aparente locura, había un verdadero mensaje de humanidad, que había estado escondido entre razones lógicas y económicas.

Este es el punto importante del asunto, puesto que nos muestra que el cristianismo, cuando se deja guiar por la fe de modo valiente, es capaz de cambiar prácticas culturales hasta el punto de revelar su peligrosidad. Es cierto que algunos dirán que el cristianismo, mal orientado, también es capaz de lo contrario, puesto que se mueve entre las luces y las sombras, las verdades y los autoengaños inherentes a toda experiencia humana. Pero, lo cierto es que como cristianos deberíamos cuestionarnos no sólo qué prácticas de nuestra sociedad van contra la humanidad que viene de Dios, sino también hacerlo con aquellas incoherencias de nuestra vida que tendemos constantemente a justificar.

Dani Cuesta, SJ

Ciao.

 

No hay comentarios: