martes, 14 de junio de 2022

Al Dios del desborde


 El exceso no siempre es signo de imprudencia. A veces es destello del Reino. Así lo expone Santi Obiglio.

Hace algunos meses escribí al dios del agotamiento preguntándole dónde se encienden tantas vidas que se dan a manos llenas pero descuidando algunas veces su fuente de alimento, y que más que iluminar pueden terminar consumiéndose a sí mismas.

Hoy te escribo a Vos, Dios del desborde. En algo tus pistas se parecen a aquel dios del agotamiento: hay poca pausa en la agenda, el corazón y la mente siempre cargada de nombres, rostros, actividades, compromisos; la prisa va acompañada de cierto vértigo por el tamaño de las experiencias, el peso de la confianza, el límite doloroso de lo imperfecto. Sin embargo, sos completamente otro de aquel ídolo sobre exigente, arrollador indiscriminado.

Hoy el desborde es signo de tu presencia entre nosotros, Dios de la vida.

También lastima la imposibilidad de abarcarlo todo. Pero hoy no desde la carencia sino desde la abundancia, la sobre abundancia. Porque voy aprendiendo que el exceso no siempre es signo de imprudencia, sino que también, a veces, es destello de tu Reino.

Recuerdo un cuento de cuando era chico que me da la imagen justa para describirte. Es la historia de la habichuela mágica. No me acuerdo ni de su trama, ni de su nudo, ni de sus personajes, pero veo viva en mi imaginación aquella semilla misteriosa que cae en un suelo árido y quebrado. Entonces, de repente, como partiendo la tierra brota un inmenso y bruto tallo que crece hasta el cielo, perdiéndose de vista...

Sé que siempre haces crecer, Señor, el fruto al debido tiempo. A veces lo haces oculto, pero otras más evidente; son esos tiempos en los que la red se llena tanto de peces, el tallo brota gigantesco y la vida desborda. Desborda en historias que se transforman de un día para el otro y dejándolo todo se animan a ese «creo» preparado y luchado por años, que en un solo momento se hace irresistible y cura la ceguera. Desborda en corazones que se abren y tejen confianza donde había habido indiferencia añeja. Desborda en una calma que conquista mundos inquietos y aturdidos, sorprendiendo con paz a quienes no la conocían. Desborda en gracia sobre gracia que el reloj no da tiempo a agradecer y disfrutar del todo.

Dios del desborde, enséñanos a atesorar esos destellos –incendios– de la vida en abundancia que siempre traes y que a veces –por algunos planetas alineados, brazos incansables y almas abiertas– permitimos germinar. Destellos con nombre propio, incendios con fecha, hora y lugar. Dios del desborde, Bendito seas, que nada de esto se pierda, ni nadie.

Santi María Obiglio

Ciao.

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