martes, 6 de septiembre de 2022

¿Perfectos?

Líbranos, Señor, de los perfectos que solo consiguen perfeccionar la paciencia del resto.

Especialmente en épocas de polarización, resulta muy angustioso el discurso de quienes se sienten en posesión de la verdad (la suya, sea cual sea, porque de estos hay en todos los bandos, en todos los barcos, en todos los proyectos). Parece que lo tienen todo claro, que nunca dudan, que desayunan con Dios que les da instrucciones todas las mañanas… Parece que son los garantes de las esencias, los perfectos, que saben muy bien condenar aquello que no les afecta… ¡Ay! Qué fastidio. Dios, y su verdad, nos desbordan por todos lados, y bastante tenemos con irlo comprendiendo, poco a poco, desde la aceptación honesta de nuestra ignorancia.

La tentación del maniqueo:

La tentación del maniqueo consiste en dividir el mundo en buenos y malos. Los míos y los  otros. Lo mismo da si hablamos de política, de religión, de economía… Cierto es que no todo da igual, y que hay cosas buenas y malas. Pero normalmente nadie está en posesión de toda la verdad. Ojalá supiese aceptar mi propia dosis de equivocación, y respetar el desacuerdo con otros. Ojalá el diálogo fuese  en mi manera de actuar menos un eslogan y más una forma de profundizar en las cosas para buscar lo que más se aproxima al evangelio. Ojalá tratase de descubrir la parte de razón que tiene el otro. Porque de otro modo, termina uno etiquetando siempre al que piensa distinto… (tú eres un rojo, y tú facha, tú eres un inmoral, y tú un fundamentalista, tú un intransigente, y tú un frívolo, tú un intolerante, y tú un acrítico, tú un voluntarista y tú un blando... y así sucesivamente). En cualquier caso líbranos, Señor, de maniqueísmos de todo extremo, de descalificar sin más al otro. De creernos en posesión de la verdad. Porque, de otro modo, cuando descubramos nuestra porción de noche nos ahogará.

Al final, el amor:

Tal vez la clave está en no vivir desde el juicio, sino desde la mesa común. No vivir desde la seguridad de  los muros que nos aíslan, sino en la inestabilidad de  los puentes que nos unen. Arriesgarse a pensar, buscar, y a veces dudar (sí, dudar es parte de la fe). La perfección que se nos pide es en el amor, no en el ego. Y en ésa, el horizonte es Dios. Y en esa perfección el otro cabe. Porque el perfecto es Dios, que hace llover sobre justos e injustos…y mi reto, mi misión, mi milagro es amar lo mejor que sé (no más, pero tampoco menos). Al final, nos toca aceptar una porción de incertidumbre, de búsqueda y de zozobra y de escucha del otro…

Pastoral SJ

Ciao.

 

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