"Qué mal está la Iglesia" "Qué mal los partidos" "Qué mal la familia"... ¿Y si llega el momento de concederles a las instituciones una tregua y comprender lo que nos aportan? Así se expresa Álvaro Lobo Arranz.
Uno de los fenómenos existentes en este fascinante y preocupante siglo XXI es el declive de ciertas instituciones. Como si de fichas de dominó se tratará, poco a poco van cayendo una a una a base de escándalos que no cesan de transmitirnos cierto pesar y demasiada preocupación. Y no solo es el declive de la patria, de la Iglesia y de la familia como a muchos les gusta afirmar, más bien esta plaga se extiende a otras instituciones como partidos, sindicatos, empresas y asociaciones de cualquier tipo –desde lo público a lo privado–. Y es que basta que haya un ser humano de por medio para que el error y el escándalo acechen a la vuelta de la esquina.
Y quizás, lejos de pensar que vivimos el ocaso de las instituciones clásicas y que en el futuro viviremos más a la intemperie –sabiendo que muchas caerán y otras surgirán–, a mí me gusta pensar que el problema no son las instituciones sino nuestro propio modo de mirarlas. Es decir, por distintos motivos, hemos mirado las diversas instituciones como fines perfectamente perfectos y absolutos sin mancha, donde no había posibilidad de error y todo lo que decían y –sobre todo– hacían estaba bien. La realidad nos muestra que en todos sitios cuecen habas y probablemente cuanto más antigua sea la institución más porquería podremos encontrar, sin embargo no podemos caer en la tentación de tirar el agua con el niño dentro. Hay muchas instituciones –la mayoría– que nos han transmitido más cosas buenas que malas y olvidarlo sería tan injusto como equivocado.
Probablemente sería más realista aprender a mirar las instituciones de otra forma, partiendo de la base de que están formadas por personas, que no todo vale y que no podemos caer en el revisionismo constante. Y conviene exigir hacer las cosas bien, pero por nuestra propia salud mental creo que se ajustaría más a la realidad mirarlas como mediaciones imperfectas que cristalizan el deseo de un colectivo y no tanto como estructuras monolíticas donde entra en juego el todo o la nada. Y, sobre todo, reconocerlas por todo el fruto que pueden dar al conjunto de la sociedad, la esencia de lo que transmiten y el modo de estar en la sociedad de las personas que lo componen. Al fin y al cabo, si miramos cualquier familia desde la perfección enseguida encontraremos infinitas manchas, y si miramos por todo el bien que hacen seguramente veremos una bella imperfección.
Álvaro Lobo, SJ
Ciao.
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