Muchas veces pensamos que el cristianismo es un conjunto de obligaciones pesadas que nos llevarán a ganar (o perder) un premio en la otra vida. ¿Y si descubriéramos que el tesoro se encuentra escondido ya en esta vida... Y nos proyecta hacia la eterna? Quizá cambiarían muchas cosas. Dani Cuesta SJ.
Hace poco hablaba con una persona que me contaba sus sufrimientos por un conflicto que parecía no tener solución. Con fe y esperanza me decía que era creyente y por eso sabía que, si no podía reconciliarse en esta vida, estaba segura de que en la otra podría reconstruir esta relación desde el perdón que nace de la resurrección. Pero, pese a todo, lo cierto es que deseaba no tener que esperar hasta la hora de la muerte, puesto que quería vivir la alegría del perdón ya en esta vida.
Reconozco que estas palabras llenas de fe me han hecho pensar mucho. Y es que, creo que contienen una clave importante para nuestra vida creyente. A veces pensamos que la esperanza cristiana tiene que ver solo con el más allá y no tanto con el más acá. Esto tiene consecuencias para nuestro seguimiento de Jesucristo y también para nuestro anuncio del Evangelio y nuestra actividad pastoral.
Para nuestro seguimiento de Jesucristo porque en muchas ocasiones lo vivimos más como una carga que como un regalo. Pensamos que el cristianismo es un conjunto de trabajos y obligaciones (morales o cultuales) que debemos sobrellevar en esta vida, sea para la construcción de un mundo más justo o para alcanzar la vida eterna. Desde esta perspectiva, aunque no lo digamos explícitamente, casi envidiamos a aquellos que se convierten al final de su vida y viven como cristianos solo en la etapa que antecede a su muerte ¡Nos parecen los más listos porque disfrutan de los placeres esta vida y después gozan de la otra!
Para nuestro anuncio del Evangelio y nuestra actividad pastoral, porque desde esta perspectiva tendemos a pensar que es mejor no imponer esta 'carga' que es el cristianismo a los demás, y por tanto confiamos en que en la otra vida podrán gozar también de Dios. Así, no somos valientes a la hora anunciar a Jesucristo y vivimos un cristianismo vergonzante y poco entusiasmante, basado sobre un falso respeto al rechazo o a la indiferencia religiosa.
Estas actitudes se basan en no haber descubierto que el Evangelio lejos de ser una carga, es una Buena Noticia. Que la vida del creyente no es algo que nos remita solo a la otra vida, sino que como dice el Evangelio de san Juan, comienza en esta, con la fe en Jesucristo. Así, volviendo a la historia del perdón con la que comenzaba estas líneas, se podría decir que, igual que vale la pena tratar de reconciliarse con las personas en esta vida, y no dejarlo todo para la otra, también vale la pena anunciar a Cristo para que aquellos que no lo conocen, no tengan que esperar hasta verlo cara a cara, sino que puedan conocerlo antes desde la fe. Ahora bien, creo que todo esto nos pone en una encrucijada, en la que puso Jesús a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Dani Cuesta, SJ
Ciao.
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