El Espíritu debe pasar por los grupos y las comisiones está claro, pero no solo se puede quedar en el despacho, en la sala de reuniones o en los infinitos documentos que creamos, para que cada grupo o familia se sienta representado y mantenga así su cuota mínima de poder. El Espíritu también pasa por trabajar codo con codo, poniendo nuestros dones en juego. Álvaro Lobo SJ.
Es habitual –y necesario– oír en nuestras parroquias y comunidades hablar de la sinodalidad, y por tanto de profundizar en nuestra participación en la Iglesia y aceptar esta gran invitación que nos hace el papa Francisco en este siglo XXI. Una mirada imprescindible sobre nuestro modo de ubicarnos como cristianos que ahonda en las raíces del Evangelio, en la Escritura y en la historia de la Iglesia, y que busca que como comunidades sirvamos mejor al Pueblo de Dios y a este mundo tan sediento de amor, de justicia, de verdad, de belleza y de profundidad.
Sin embargo, y esto es una opinión muy personal, creo que a veces nos entra la tentación de creer que estos aires nuevos solo deben pasar por los miles de consejos, grupos y reuniones en las que muchos cristianos estamos inmersos. El Espíritu debe pasar por ahí, está claro, pero no solo se puede quedar en el despacho, en la sala de reuniones o en los infinitos documentos que creamos, para que cada grupo o familia se sienta representado y mantenga así su cuota mínima de poder. El Espíritu también pasa por trabajar codo con codo, poniendo nuestros dones en juego, haciendo viva esa imagen que utiliza Francisco de «caminar juntos» y que está más en sintonía con el servicio descendente que con la seducción del poder. En definitiva, la misión y el trabajo por el Reino como nexo.
Vienen a mi cabeza tantas comunidades de todo el mundo que se gestaron sudando, soñando y conviviendo juntos por crear un bello proyecto por el Reino de Dios y no por ocupar un cargo en una comisión. Personas diversas que supieron arrimar el hombro, ponerse de acuerdo y fueron entretejiendo de esta forma vidas, lazos y comunidades, recordando más a Pentecostés que a la calculadora Babilonia. El roce del trabajo desata la diferencia, pero también hace el cariño, pues uno comprueba que el vecino es también hermano y siente curiosamente la misma pasión, y más cuando creemos en un mismo Dios. Sobre todo, cuando cada uno pone realmente todo de su parte.
Desde la realidad o desde la idea, trabajar desde el servicio o trabajar desde el poder, esta es la cuestión.
Álvaro Lobo, SJ
Ciao.
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