La infancia es, para muchos, un símbolo de pureza, inocencia, vitalidad y alegría: Quién no volviera a aquel momento en el que todo eran risas y amor, a aquel momento en el que nuestra mayor preocupación era qué postre había preparado mamá.
Pero, ¿Y si todavía siguiéramos teniendo un reflejo de ese niño interior escondido dentro de nosotros? Quizá nuestras ansias de renovación, de felicidad y de disfrutar de los pequeños detalles de la vida no sean más que la necesidad de dar voz a ese pequeño sabio al que alguna vez que otra hemos de oír.
No hay nada malo en dejar escapar nuestro lado infantil. Esto no significa renunciar al lado adulto, sino llegar a un equilibrio entre ambos que nos permita tanto ocuparnos de nuestra vida como de aceptar lo extraordinario que hay en ella. Observar el mundo con ojos de adulto es necesario, pero pintar en él detalles de nuestro niño interior es asombroso...
Chema Montserrat
Ciao.
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