Vivimos la llamada “era de la imagen”. Todos podemos mostrar y mostrarnos a través de imágenes que van y que vienen a cada instante en las redes. Sin embargo, en este tiempo en que pareciera que la libertad de comunicación (y de mostrarnos) es inmensa, emerge también una corriente que nos dice que aquello que no nos gusta, con lo que no estamos satisfechos, lo que no aceptamos, en los otros y en nosotros debe ser cancelado, borrado, pasado por un filtro… Esta posibilidad de editar y de editarnos, convierten la imagen en una sombra difusa que ocultan aquellas partes no aceptables socialmente y por lo tanto esconde lo que es real, lo que la imagen permite, que es mostrar.
Ante esta realidad, y sin ánimo de caer en un juicio moralizante, podemos preguntarnos: ¿Qué consecuencias tiene en nuestra vida de que esto nos invada? ¿Cómo entrar en relación con el mundo y con los demás, aceptándolos como son, incluso con sus partes menos agradables? ¿Me valoro y me acepto así, sin filtros? ¿Cómo liberarme de la angustia de no ser aceptado? La vida espiritual y más aún, la visión cristina del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios nos invita a liberarnos de todo aquello que socialmente puede ser angustiante. Ante Dios ningún ser humano necesita un “filtro” para ser agradable, capaz de ser amado y de amar. Ningún ser humano y nada en la creación carece de dignidad.
Espiritualidad Ignaciana
Ciao.
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