Límpiame, Señor, esta lepra que se me pega a la piel, a la entraña, a la memoria.
Sana la herida del odio que vuelve enemigo al hermano.
Vacía las sacas de codicia que me encadenan a quimeras.
Cúrame del miedo a tu evangelio, cuando es profecía, conflicto o exigencia.
Restaura los puentes caídos que me aíslan del hijo pródigo, del samaritano golpeado, del huérfano o de la viuda, del fariseo ciego.
Libérame del ruido que llena mis días de promesas postizas.
Toca estas llagas que solo tú ves, Señor.
Abraza las noches oscuras del alma, y enciende con tu fuego, los parajes helados de dentro.
Si quieres, puedes.
José María R. Olaizola, SJ
Ciao.
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