En unos días llega la Navidad, y cada vez más los cristianos nos vemos obligados a distinguir lo que es navidad para la cultura consumista y lo que es la Navidad para los cristianos -y muchos no cristianos con sentido común, dicho sea de paso-. Navidad con minúscula o Navidad con mayúscula. Lo vemos en las decoraciones de renos, elfos y gorros de papá Noel, en tradiciones importadas sin mayor significado que la pura fiesta -otra variante del consumismo- y en los bonitos, imparciales y asépticos deseos que parecen producidos por Inteligencia Artificial -sirva de ejemplo el clásico neutral «felices fiestas»-. Y es que debemos reconocer, con cierta lástima, que en muchos lugares, entre millones de luces led y villancicos laicos, la Navidad corre el riesgo de desaparecer por vaciado de contenido, si no lo ha hecho ya. Es el Grinch muy bien camuflado, tan sutil e invisible como el enemigo que sabe que lo más eficaz es atacar desde dentro.
Porque sin querer, la pendiente comercial -y cultural- que rehúye hablar de Dios ha tomado el control, porque no vaya a ser que el Niño Jesús -¡Sí, un Niño en un pesebre!, el buey y la mula, los Reyes Magos o una sencilla frase como “Feliz Navidad” vaya a ofender a algún colectivo, disgustar a algún votante o a espantar a algún cliente indeciso. Por desgracia no es un tema político ni ideológico, es perder nuestras raíces que se anclan en un misterio que nos desborda, y que nos recuerda que la fe, la esperanza y el amor son algo imprescindible para los seres humanos. Y que Dios nace para todos, sea cual sea la religión, el sexo o la raza, incluidos los más pobres de nuestro mundo, algo que la navidad comercial no suele tolerar muy bien, porque no vende tanto.
Sin un fundamento y sin un sentido, es fácil que este bonito tiempo solo sea alegría vacía para unos pocos, y tristeza para muchos que no logran ver la esperanza en nuestro mundo. El Grinch no habita fuera, está dentro de nuestra sociedad cada vez que olvidamos la importancia de lo que celebramos, lo que da sentido a esta época tan especial. Lo que fundamenta nuestra existencia, que es mucho más que el dinero, el consumo y el pasarlo bien.
Quizás por ello debamos salvar la Navidad con valentía y decisión, aunque sea algo revolucionario y contracultural. Algo tan fácil como mostrar, celebrar y recordar al mundo sin complejos que el misterio de un Dios que nace en un pesebre y pretende hacer de la humanidad entera una gran familia. En nuestra mano está ir a lo importante, para que podamos dentro de unos días, también a los que los que peor lo están pasando y a los que no tienen la suerte de creer en Dios,
Y tú: ¿Te animas a salvar la Navidad?
Álvaro Lobo, SJ
Ciao.
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