Amar a Dios no es solo un sentimiento, sino una decisión diaria de vivir en su presencia y buscarlo en lo profundo de nuestro ser, en medio de la rutina y las responsabilidades, el peligro está en olvidar lo esencial: que nuestra vida encuentra su sentido en Él. Dios no está en los grandes estruendos, sino en el silencio de un corazón que lo espera con fe y amor. Amar a Dios significa convertir cada tarea, por sencilla que parezca, en una ofrenda, y recordar que todo lo que hacemos tiene un valor eterno si lo vivimos con Él y para Él.
La espera activa nos invita a ser conscientes de su venida, a preparar nuestro corazón y a reconocer su presencia en cada momento. ¿Cuántas veces nuestras actividades nos han distraído de ese amor primero? ¿Cómo podemos, en medio de nuestra vida agitada, hacer espacio para el encuentro con Dios, aquel que nunca deja de buscarnos? ¿Qué acciones concretas nos ayudarán a mantener la mirada fija en lo eterno?
Ciao
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