
¿Quién no ha dudado alguna vez?
¿Quién no siente, en algún momento de silencio, de quietud, de búsqueda, un cierto desazón, en la que se mezcla el deseo de saber y la impotencia de no encontrar la respuesta adecuada?
¿Porqué a Dios lo presentimos, pero no lo podemos tocar? ¿Porqué lo conocemos, pero también ignoramos casi todo de Él?
Así vivimos nuestra fe. Entre la certeza más insensata y la duda que a ratos nos inquieta. Entre la seguridad de las promesas y las palabras, y las preguntas sin respuesta que a veces nos asaltan. Entre la entrega más convencida y las vacilaciones que nos impiden arriesgar, saltar al vacío o decir que sí.
¿Forma esa tensión parte de la fe? Supongo que sí.
Hay quien dice que creer es un refugio o una evasión. Yo diría que la evasión es negarse a buscar, conformarse con un horizonte corto o quedarse con certezas materiales.
La fe nos trae tormentas, y sueños, y encuentros… y así está bien.
Vivo siempre creyendo y dudando al tiempo. Cuando encuentro respuesta para unas cuestiones surgen otras…
En mi relación con Dios me voy preguntando por tantas cosas: ¿Dónde está? ¿Habla Él con nosotros?... Y cuando rezamos, ¿Está escuchándonos? ¿Tiene Él algún proyecto para nosotros? ¿Por qué permite las penas y el dolor? De todo lo que le decimos, ¿Cuánto se aproxima a la realidad?
Cuando unas preguntas dejan nuestra mente, aparecen otras y empezamos a comprender en qué consiste la oración y entonces nos inquieta la cuestión del perdón. Empezamos a entender la libertad humana, y nos asaltan dudas sobre cómo entender, que cada uno tenemos una “vocación”.
Y así, dudando, buscando, preguntando, y sin saber muy bien cómo, cada vez, hacemos más parte de nuestra vida a Dios.
Ciao.
No hay comentarios:
Publicar un comentario