jueves, 19 de noviembre de 2009
Nosotros somos templo del Espítiru Santo
En el momento del Bautismo llegaron a nuestra alma y nuestro cuerpo las tres personas de la Santísima Trinidad, con el deseo de permanecer unidas siempre a nuestra existencia.
Esta presencia, tan especial para nosotros, sólo se pierde por el pecado mortal.
San Agustín, al considerar esta inexplicable cercanía de Dios, exclamaba:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva!; he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba (...) Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me tenían lejos de Ti las cosas que, si no estuviesen en Ti, no serían. Tú me llamaste claramente y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste, y curaste mi ceguedad”. (Confesiones, 10, 27, 38).
Los cristianos no debemos contentarnos con no perder a Dios. Debemos buscarle constantemente en nosotros mismos procurando el recogimiento de los sentidos que tienden a distraerse, desparramarse y quedarse apegados a las cosas terrenales.
Para lograr este recogimiento, este aislamiento, el Señor les pide a algunos hermanos nuestros que se retiren del mundo, pero Dios quiere que la mayoría de los cristianos (o sea, todos nosotros), le encontremos en medio de nuestros quehaceres diarios.
Mediante el sacrificio diario, guardamos para Dios los sentidos. ¡Es asombroso comprobar una y otra vez la estrecha relación que existe entre la renuncia y el gozo interior! Cada renuncia que hacemos, es una pequeña alegría para nuestra alma y para Dios.
Liberemos la imaginación, limpiándola de pensamientos inútiles; ordenemos nuestra memoria, echando a un lado los recuerdos que no nos acercan al Señor; dobleguemos nuestra voluntad, cumpliendo con el deber concreto que se nos ha asignado en cada momento, porque el trabajo intenso, si está dirigido a Dios, lejos de impedir el diálogo con Él, lo facilita y nos acerca.
Desde los primeros siglos de la era cristiana, la palabra “Trinidad” nos ayuda a entender el misterio de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mateo 28, 19), tres personas divinas en la perfecta unidad del amor, “porque Dios es Amor” (1 Juan 4, 8).
El Espíritu Santo está en el alma del cristiano en gracia, para que cada vez se parezca más a Cristo, para invitarlo al cumplimiento de la voluntad del Padre, y ayudarle en esa tarea.
¿Porqué nos sentimos solos, si la Santísima Trinidad nos acompaña?
Pidamos a la Virgen que nos enseñe a comprender esta preciosa realidad.
¡Qué distinto es nuestra presencia, nuestro comportamiento, nuestra conversación, aún en circunstancias más difíciles, cuando tenemos conciencia de que nosotros somos templos de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo!
Roguemos a nuestra Madre:
“¡Dios te salve María, templo y Sagrario de la Santísima Trinidad, ayúdame!”
Ciao.
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1 comentario:
good....................................................................................................
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