jueves, 4 de agosto de 2011

Punto de crecimiento


¿Qué es lo básico que aprendemos al meditar?
Lo más importante es que se trata de un proceso de aprendizaje. Un proceso mediante el cual entramos cada vez más rica y profundamente dentro del misterio. Lo que todos descubrimos por experiencia propia es que Dios es espíritu. Dios es el aliento de la vida. Dios es presencia y está presente dentro de nuestro ser, en nuestros corazones.
Si perseveramos, descubrimos que en el poder de su espíritu, cada uno de nosotros es regenerado, renovado, recreado, para poder ser una creación nueva en Él.
“He vertido mi Espíritu en esta gente”, dijo el profeta Ezequiel. Y el espíritu es la presencia del poder, el poder del amor. La meditación nos enseña que esta es la sabiduría fundamental sobre la que se construyen la vida y la religión verdaderas.
Descubrimos que sólo podemos vivir nuestras vidas plenamente si estamos siempre abiertos a esta misteriosa presencia del Espíritu, y siempre con mayor profundidad. Tal es la peregrinación que emprendemos cada vez que nos sentamos a meditar.

Abrimos nuestras mentes y nuestros corazones y nuestras conciencia a la realidad última, que es, que es ahora, que es aquí.

¿Cuál es el fundamento del misterio cristiano?
Seguramente que el más allá está en medio de nosotros, que la realidad absoluta está aquí y ahora. La fe cristiana enseña que al estar abiertos al misterio de la realidad, se nos lleva afuera de nosotros, más allá de nosotros, dentro del misterio absoluto que es Dios. Dios es el modo de trascendernos. Trascendemos toda limitación estando simplemente abiertos al TODO, que es ahora. El gran despertar al misterio es el Reino de los Cielos, y el Reino de los Cielos es ahora. Jesús lo establece y proclama con sus propias palabras: “El Reino de Dios está sobre vosotros. Arrepiéntanse y crean en la buena nueva”.

Arrepentirse no es irse demasiado lejos de nosotros mismos, (pues es lo que nos mantiene ligados a nuestro centro), sino más allá de nosotros.

Esto implica que no nos rechazamos, sino que encontramos nuestro maravilloso potencial al llegar a la armonía plena con Dios.
Tal conciencia del potencial es el fundamento positivo del cristianismo, y así, para un cristiano, lo más importante no es uno mismo ni el pecado. El centro de la realidad es Dios y el amor y, hasta donde nos concierne, el crecimiento en el amor de Dios. El crecimiento consiste tanto en abrirnos a su amor por nosotros, como en la respuesta que damos al devolver ese amor.
Creer en la buena nueva (el Evangelio), significa simplemente comprometernos a abrirnos a nuestro potencial.
Cada uno de nosotros posee un potencial desconocido en el plan extraordinario de la salvación personal, y esto es lo que Jesús nos hace saber en la quietud de nuestro corazón, al emprender el viaje del silencio, del compromiso absoluto con el silencio y con el abrirse puramente cada mañana y cada tarde.

Lo que revela es que somos creados para el amor, para el sentido trascendente y para la plenitud.

Vemos esto al entrar en el misterio del Reino que está sobre nosotros. Este misterio está abierto ahora por el generoso regalo de Cristo.
San Pablo lo proclama en las últimas palabras de su epístola a los Romanos: “A aquel que tiene el poder de hacernos estar de pie con seguridad, según el evangelio que les he traído y la proclamación de Jesucristo, y también según la revelación de ese secreto divino mantenido en silencio durante largos años pero ahora descubierto, y mediante las proféticas escrituras que por la voluntad eterna de Dios fueron conocidas por todos los pueblos, para llevarnos a la fe y la obediencia; a Dios que es el único sabio, por medio de Jesucristo, que la gloria sea infinita. Amén” (Rm 16, 25-27).
El Reino ha sido establecido. La fe y la obediencia nos enseñan a verlo. Recuerden la practicidad y el trabajo de darse cuenta.

Entrenarnos en estar en silencio y amar el silencio. Cuando meditamos no buscamos mensajes o señales, ni tampoco ningún fenómeno. Cada uno debe aprender a ser humilde, paciente y fiel.

La disciplina nos enseña a permanecer en quietud, y mediante la quietud aprendemos a vaciar nuestro corazón de todo lo que no es Dios, pues Él requiere de todo el espacio que nuestro corazón tenga para ofrecer. Este vacío es la pureza de corazón que desarrollamos diciendo el mantra con absoluta fidelidad. El misterio es verdad absoluta, amor absoluto; por eso nuestra respuesta también debe ser absoluta. Respondemos en forma absoluta si somos simples.
El poder de tal simplicidad se hace evidente en estas palabras de san Pablo a los corintios: “Y yo hermanos, cuando vine a vosotros, declaré la testificada verdad de Dios sin despliegues de finas palabras o sabiduría... vine ante vosotros débil... La palabra que dije, el Evangelio que "proclamé, no os confundió con argumentos sutiles; traje convicción por el poder espiritual, para que vuestra fe se construya no sobre la sabiduría humana sino en base al poder de Dios” (1 Co 2, 1-5).

En la simplicidad de la meditación, preparamos nuestros corazones para que se abran por completo a ese poder.

John Main OSB

Ciao.

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