domingo, 9 de octubre de 2011

"CÓMO AFRONTAR LA ENFERMEDAD, EL DOLOR Y LA MUERTE":




Hoy termino el ciclo de post de mi experiencia malagueña, con la edición de la charla completa paso a paso tal y como la di en Málaga.
Comenzábamos a las 10,30 (bueno un poco más tarde, porque el micrófono no funcionaba), en la sala de conferencias ¡la tecnología, que también falla algunas veces! Todo se solucionó y comenzó mi debut.
Lo hacía con un pequeño saludo de presentación, aunque tengo que decir, que mi amigo Facundo, (el sacerdote que aparece conmigo en la foto, y el "culpable del embolado"), hizo una presentación de mi humilde persona, que tengo que confesar que me emocionó. Gracias amigo.
Os dejo de todas maneras mi saludo para que lo leáis.

SALUDO:

Buenos días:

Permitidme que me presente: Soy Lourdes García, vivo en Jaén, y soy ama de casa y madre de familia de tres hijos ya mayores.

Ante todo, quiero pedir perdón por el atrevimiento de sentarme hoy ante vosotros, pero la amistad que me une al Padre Facundo desde hace muchos años, no me dejó decirle no, cuando me propuso mi intervención en este encuentro.

Sé que no estoy a la altura de los demás ponentes, así que os pido perdón con antelación, por si a lo largo de mi intervención, cometo algún error.

Muchas gracias.


Este pequeño resumen, tuve que hacerlo, para que los organizadores del encuentro, supieran, cuando organizaron el evento, de qué iba a ir la charla. Se lo repartimos a los asistentes, para que lo tuvieran y lo guardaran.


"CÓMO AFRONTAR LA ENFERMEDAD, EL DOLOR Y LA MUERTE":

RESUMEN:

Una visión optimista desde la Fe cristiana, de esta etapa de la vida, de la que todos estamos abocados a vivir.
No se trata de "dar recetas" para afrontar esta etapa, sino de mirar "con otros ojos", estos momentos de dolor.
La madurez humana y psíquica de la persona, unidas a la Fe, son un buen cóctel, para mirar a la enfermedad, al dolor y a la muerte, con la serenidad y la aceptación, de nuestra Fe adulta.

"Todo sufrimiento humano, todo dolor, toda enfermedad, encierra en sí una promesa de liberación"
(Beato Juan Pablo II)

Y esta es la charla en sí tal y como la dí, aunque como podéis imaginar, le añadí algo de mi cosecha, mientras la daba.
Espero que os guste.


CHARLA:

"CÓMO AFRONTAR LA ENFERMEDAD, EL DOLOR Y LA MUERTE"

Toda persona, ha sido llamada para la alegría, y sin embargo a menudo, cargamos con la enfermedad y el sufrimiento. Y precisamente, es la enfermedad, la mayor carga del sufrimiento humano.
A través de ella, nos llega la incapacidad para continuar con nuestra vida cotidiana. Ella nos impide seguir con el ritmo normal de nuestra vida y nos invade un gran sentimiento de impotencia y culpabilidad, al vernos impedidos y dependientes de las personas que tenemos a nuestro lado.

¿Que podemos hacer ante estas sensaciones?

Es difícil, dar un consejo, lo reconozco. Cada persona reaccionará de una manera distinta ante estas situaciones, pero permitidme que os de mi humilde opinión, ya que mi intención es solamente la de invitaros e invitarme a reflexionar sobre unos tristes momentos por los cuales, todos tenemos que pasar.

El tema de esta charla es “Cómo afrontar la enfermedad, el dolor y la muerte".
Tema duro, del que me ha tocado hablar, aunque pienso yo que, por muy preparado que se esté, nunca lo estamos lo suficientemente preparados como para aceptar estos tres conceptos.
Sabemos y estamos seguros de que nos llegarán algún día y que tenemos y debemos estar preparados para afrontarlos, pero son difíciles aceptarlos, lo reconozco.

Vayamos por partes, si me lo permitís:

Pienso que lo primero que debemos pensar es que, ninguno de nosotros, es inmortal. Todos somos limitados, y desde nuestro nacimiento, debemos cumplir el ciclo de la vida que Dios haya marcado para nosotros.
Todos debemos tener muy claro que antes o después, nos llegará el sufrimiento.
Teniendo esta primera idea clara, creo que lo ideal sería irnos preparando para cuando ese momento nos llegue. Así podremos afrontarlo mejor.

Está claro que nunca pensamos que nos va a llegar... Por mucho que intentemos mentalizarnos, al vernos bien de salud, no llegamos a pensar, que las enfermedades que vemos padecer a nuestros seres más cercanos, nos van a afectar un día a nosotros.
Pero lo que si es cierto, que tarde o temprano, nos llegará.
Eso debemos tenerlo asumido y muy claro, aunque a algunos les llegue con distinta medida y gravedad.
Vamos cumpliendo años y el organismo va sufriendo un deterioro, normal por otra parte, y los achaques van apareciendo en nuestro organismo, mermando nuestras fuerzas y limitando nuestras capacidades.
Entonces, comienzan las limitaciones, los recuerdos de nuestra juventud, donde nada ni nadie nos echaba para atrás, donde nuestro cuerpo contaba con la fuerza propia de la juventud que nos hacía pensar que podíamos con todo y con todos... y que nunca se acabaría.
Debemos tener claro que esa incapacidad, nos llegará con el tiempo… O tal vez ya nos haya llegado.
Debemos estar preparados para recibirla y aceptarla.
De una buena preparación mental y espiritual dependerá de que cuando nos lleguen esos dolores, los aceptemos con serenidad y sin frustraciones.
Tenemos un gran ejemplo en el que mirarnos.
Hace unos meses, el gran Papa, Juan Pablo II, era beatificado. Él, el Papa Santo, desde el primer minuto de su muerte, nos dejaba el mejor ejemplo para afrontar con entereza estos tres términos. Su legado espiritual va mucho más allá de sus encíclicas y escritos.
En los últimos tiempos del papado de Juan Pablo II, todos pudimos apreciar a una persona deteriorada en su movimiento y limitada en sus actuaciones, pero con una fuerza interior, digna de imitar.
Su gran unión con Dios, le daba esa fuerza interior, que le hacía ser fuerte en la adversidad, y sufrir en silencio su limitación y su incapacidad.

El Santo Padre, con sus palabras y sus obras, nos donó cosas grandes; pero no menos importante es la lección que nos dio desde la cátedra del sufrimiento y el silencio. Nunca perdió la fe en Dios, ni perdió su buen humor, aunque en los últimos tiempos, su sonrisa se debilitara, nunca la perdió.

En su último libro, "Memoria e identidad" nos dejó una interpretación del sufrimiento que no es una mera teoría teológica o filosófica, sino un fruto madurado a lo largo de su camino personal de sufrimiento, que recorrió con el apoyo de la fe en el Señor Crucificado.

Esta interpretación, que él había elaborado en la fe y que daba sentido a su sufrimiento vivido en comunión con el del Señor, hablaba a través de su mudo dolor, transformándolo en un gran mensaje, que nosotros recibimos con todo el amor que nos fue transmitido.

Y sigue diciéndonos en su libro:

"El sufrimiento de Dios Crucificado no es sólo una forma de dolor entre otros (...). Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden: En el orden del amor. (...) La pasión de Cristo en la Cruz ha dado un sentido totalmente nuevo al sufrimiento y lo ha transformado desde dentro. (...) Es el sufrimiento que destruye y consume el mal con el fuego del amor (...) Todo sufrimiento humano, todo dolor, toda enfermedad, encierra en sí una promesa de liberación (...) El mal (...) existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, que es la entrega de sí mismo (...) a los que se ven afectados por el sufrimiento. (...) Cristo es el Redentor del mundo: (...) "Sus cicatrices nos curaron".

Todo esto no es únicamente una simple teología, sino la gran expresión de una fe vivida y madurada en el sufrimiento y aceptada con la mayor humildad.

Pienso que está claro para quienes queremos vivir ese dolor con la dulzura que nos gustaría vivirla, que debemos fijarnos y meditar las palabras del Beato Juan Pablo II, en los momentos de enfermedad y dolor.
La imagen de Cristo sufriente en la cruz, que padeció por nosotros, y la imagen deteriorada al final de su vida, de nuestro Beato Juan Pablo II, deben ser los dos puntos a fijarnos y los motores, que nos impulsen a aceptar esa enfermedad, con la fuerza que ellos nos enseñaron.

Podríamos definir la enfermedad como “el trastorno o la alteración del cuerpo o de la mente que provocará un malestar de las funciones vitales normales”.

Como es natural, entre las consecuencia de esta enfermedad, nos llega el dolor.

Ese dolor que puede ser corporal o moral.
El dolor corporal, es aleatorio a nuestra enfermedad, y nos podrá influir en mayor o menor intensidad, dependiendo de la enfermedad que padezcamos.
Esos dolores que sentimos en nuestro cuerpo, estarán paliados en mayor o menor medida, por los analgésicos y demás medicamentos que los médicos nos administren.
Pero creo que es mucho más duro de afrontar, ese dolor psicológico, que seguramente será mucho más difícil de quitarnos o al menos de suavizar. Un dolor que no se puede medir, y que dependerá de nosotros, solamente aliviarlo o agravarlo.
Está demostrado y confirmado por médicos y científicos, que el poder de la mente, es totalmente necesario, para afrontar estas situaciones dolorosas, que de vez en cuando nos depara la vida.
En este punto, nuestra fuerza interior será imprescindible para saber llevar este dolor que no se ve, pero sí se siente, lo mejor posible.

Vuelvo a decir lo mismo que os dije antes:

Pienso que no soy nadie para dar consejos, y con estas palabras, solo intento poner mi pequeño grano de arena, para ayudaros y ayudarme a reflexionar, y por si a alguno de vosotros os valen y os ayudan en algún momento.

Damos un paso más y llegamos al fatídico momento que nos llegará a todos:

El momento de nuestro fin. El momento de abandonar este mundo y dar un paso hacia la inmortalidad de nuestra alma.
Nuestro libro se cierra y Dios nos llama ante Él, para vivir a su lado eternamente.
El momento al que nadie quiere llegar. La muerte.
Un momento de dolor para los que se van y para los que se quedan.
La separación física de este mundo y especialmente de nuestros seres queridos, y nuestro paso a otro mundo inmaterial, pero que visto desde la Fe, nos llevará a una vida con Dios, en donde no existe ni el sufrimiento ni el dolor.

Ese final al que todos estamos llamados, y que marcará el cierre de la última página del libro de nuestra vida.
Un libro que hemos ido escribiendo a lo largo de nuestra existencia, paso a paso, capítulo a capítulo, y que habrá tenido diversos momentos en su escritura:
Unos habrán estado lleno de cosas bonitas, de recuerdos agradables, de momentos maravillosos...
Otros, habrán sido emborronados, por decepciones y dolores, por dificultades y contratiempos...
Todo quedará escrito en ese libro que aún seguimos escribiendo, y que nadie podrá hacerlo por nosotros. Este libro se cerrará cuando nuestra existencia llegue a su fin.

Todos hemos sufrido la muerte de un familiar o de un amigo cercano. El triste momento de la separación física se nos hace muy doloroso, sabiendo que no les volveremos a ver, pero nuestra fe en Cristo Resucitado, nos consolará.
Si la muerte nos llega a nosotros, pienso que, aunque nuestro apego a este mundo es normal y nadie quiere separarse de sus seres queridos, debemos afrontar la muerte, de la misma manera que afrontamos la de nuestro seres más queridos: Dios nos llama ante su presencia, y debemos estar contentos por ese encuentro.

Hay una canción que cantan los militares cada vez que entierran a algún soldado muerto en acto de servicio.

Se titula “La muerte no es el final”.

Imagino que la conoceréis, porque desgraciadamente la hemos escuchado en demasiadas ocasiones cuando nuestros militares han muerto en acto de guerra, y dice así:

Cuando la pena nos alcanza,
del compañero perdido.

Cuando el adiós dolorido,
busca en la Fe su esperanza.

En Tu Palabra confiamos
con la certeza que Tú:

ya le has devuelto a la Vida,
ya le has llevado a la Luz.

Este canto que pone los ojos en el Dios de la Vida, nos consuela en los momentos de dolor. Un dolor que como humanos que somos, es natural sentirlo, pero que nuestra Fe debe ayudarnos a trascender más allá de nuestro mundo material.

Queridos amigos. Sé que el tema que me ha tocado desarrollar no es muy agradable. Os pido perdón por si en algún momento he dicho cosas que no os han gustado.
No estamos preparados para el dolor.
Lo decía al comienzo de mis palabras, pero nuestra madurez adulta debe darnos la luz, para comprender que, como decimos en el argot coloquial “es ley de vida”.
Que la fuerza de Dios nos acompañe en todo momento, y aceptemos con Fe, lo que Dios nos quiera mandar.
Nuestro sufrimiento, si lo ofrecemos por los demás, servirá para redimir los pecados y el dolor de nuestros hermanos que están pasando por un trance parecido al nuestro..

Muchas gracias.

Ciao.

2 comentarios:

Angelo dijo...

Me admira tu compromiso con la vida, con la fe, con la humanidad.
¿Cómo que nos estás a la altura?
Mas quisiéramos muchos poder imitarte. Muchas felicidades y que Dios siga dándote esa vitalidad que te ha concedido. Un abrazo

lojeda dijo...

Gracias amigo. La charla era todo un reto, por la altura de los conferenciantes que intervenían, pero ya ves, que me armé de valor y tiré para adelante.
La verdad es que gustó mucho. Dios me ayudó y espero que de sus frutos.
Si quieres usarla puedes hacerlo con toda libertad.
Un abrazo grande.