sábado, 24 de marzo de 2012

La desconsideración o el gran pecado de nuestros días





La desconsideración es un egoísmo barato, rastrero, que conduce al desinterés absoluto por los demás. Sus consecuencias y la necesidad de "conversión".


Es muy posible que el título de este artículo sorprenda por su aparente inocencia.
¿Cómo va a ser la desconsideración el gran pecado de nuestros días habiendo tragedias tan espantosas provocadas por el hombre? ¿Acaso la violencia, las guerras, la pobreza extrema, el tráfico de órganos, la trata de personas, la prostitución infantil, el aborto, el negocio de las drogas y otras muchas salvajadas no son los verdaderos grandes pecados de la humanidad de hoy? Pues sí, lo son, pero todos son hijos de otros pecados, mejor aún, de otro pecado: la desconsideración. Si quiero seguir por este camino, tendré que abordar ya la tarea de definir qué entiendo por “desconsideración”.

Dicho término sería un sinónimo de egoísmo barato, pobre de solemnidad, simplón y a la vez fatal. De tanto mirarse el ombligo, al hombre de nuestros días se ha creado una deformidad moral cada vez más pronunciada que lo conduce a una suerte de antropocentrismo práctico desde el cual el otro -el prójimo- llega a pasar totalmente desapercibido.

Es el pecado de Caín, pero no el de haber matado a su hermano Abel, sino aquel terrible desdén que se expresa en labios del asesino cuando contesta a Dios con aquella espantosa frase: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”.
Es decir: "¿A mí que me importa dónde está, cómo está o qué le pasa a mi prójimo? No es problema mío el sufrimiento del otro. Mi problema es mi propia vida, mi propio bienestar, no me fastidies con preocupaciones por el otro; ese es su problema, no el mío".

La desconsideración es la destrucción de la empatía, del alegrarse o padecer con el otro, es el desmantelamiento de los hilos que sostienen el tejido social, el remate de lo poco que quedaba de amor en este mundo que mató al Amor.

Como decía, es una forma de egoísmo rastrero. Se advierte tanto en aquel que es capaz de secuestrar a un niño para venderlo al mejor postor, como en aquel que usa materiales baratos para construir un puente con menor costo del presupuestado; está presente en el que rompe una botella de cerveza y deja los vidrios esparcidos por la arena de la playa y en el que estaciona frente a la salida de un garage; es desconsiderado el que saca a perro a hacer sus necesidades frente al jardín del vecino y quien, al utilizar un baño p{ublico, lo deja inutilizable para los demás.

Es un pecado común al asesino consciente y al que lo es por negligencia, porque a ambos les importan un pito sus semejantes. Se visibiliza en grandes las tragedias y en pequeños hechos cotidianos.

A veces, estas conductas parecen ser sólo una falta de educación, no lo son en absoluto. En realidad expresan una total ausencia de consideración por el otro, por su malestar o bienestar. El desconsiderado ocupa su mente sólo en despejar el propio camino de obstáculos, sean animales, cosas o personas. Vive sólo para sí, el otro no cuenta, no vale, el otro no existe.

La desconsideración generalizada está en el origen de la crisis global que padecemos, así como en el de todas las catástrofes que nos amenazan. La salida a este callejón pasa por un cambio total de dirección, por una conversión -personal y comunitaria- que permita a las personas dar la vuelta desde sí mismo hacia del otro, volver la mirada hacia el otro, salir de sí mismo y caminar hacia el otro, volver a considerarse “guardián de mi hermano”.

Este tiempo de cuaresma es más que propicio para examinarnos y volver Dios, un camino que pasa necesariamente por el prójimo.


José Rafael Sáez March

Ciao.



No hay comentarios: