martes, 22 de octubre de 2019

Una iglesia de minorías


El otro día, conversando con un grupo de amigos, me preguntaban: «¿No te preocupa que la Iglesia pierda poder, influencia, que vayáis siendo mucha menos gente?» Debo confesar que, con bastante honestidad, sentía que no, no me preocupaba. No me preocupan demasiado ni la influencia, ni el poder, ni los números.
Me preocupa, eso sí, que encontremos un camino para que el Evangelio ayude a configurar una sociedad lo más humana y digna posible.
Me preocupan la cantidad de tópicos, prejuicios y desconocimiento que hay -pero a veces pienso que eso solo se puede ir desvaneciendo con una Iglesia que vuelva a ser minoritaria, y desprendida de muchas adherencias e inercias-.
Me preocupa que demasiada gente no se haga en serio la pregunta por Dios, y se conforme con un ateísmo infantil (o con una fe infantil).
Me preocupa una sociedad que se mueve por modas, y no reflexiona.
Y me preocupa que las verdaderas víctimas de nuestro mundo, en muchos lugares, queden más huérfanas si faltan las gentes de Iglesia que en algunos contextos son los únicos que están.
Pero, ¿Preocuparme por el final de un ciclo -como creo que es este-? 
No. Eso no me inquieta. Porque, junto a los problemas, veo oportunidades.
La oportunidad de que hoy quien practique una religión lo haga por opción y ya no por inercia.
La oportunidad de que, quien quiera seguir a Jesús, lo haga con pasión y compromiso, y no porque «es lo que hay».
La oportunidad de vivir contracorriente.
La oportunidad de repensar qué es lo que contamos, y cómo hacerlo para ser creíbles, en lugar de adormecernos en formas y modos que a muchos dejan indiferentes.
Y la oportunidad de que, en una situación de mucha más pequeñez -y hacia ello vamos-, como Iglesia podamos bajarnos de algunos pedestales, escuchar más y reconocer equivocaciones que han hecho que a menudo seamos percibidos como guardianes de letra muerta, y no como portadores de una buena noticia.
Tenemos la oportunidad de volvernos pequeños. Y la cosa comenzó en Galilea, con un predicador desconocido rodeado por un grupo de personas bastante frágiles: El pescador, la prostituta, el recaudador, la adúltera… No, no me preocupa.

José María Rodríguez Olaizola, SJ

Ciao.

No hay comentarios: