Podemos dar la vuelta al calcetín, y pensar cómo es posible, con admiración, que las cofradías hagan que un hombre de bar, oriente su mirada hacia Dios –y no hacia la cerveza–, unos días al año, y pase a ser por momentos un hombre de Iglesia. ¿Quién sabe lo que ocurre en su conciencia? ¿Rezará a «su» Cristo cuando lo esté pasando mal?
Aún recuerdo siendo niño, pasar por un bar cerca de casa, y ver a un señor sujetando la barra del bar, que casualmente era un miembro muy activo de la banda de una cofradía. Como lo son este tipo de personajes, era conocido y en Semana Santa pasaba a formar parte de la comidilla del barrio, pues cómo alguien que no pisa la parroquia, se convierte en un ferviente cofrade tan solo unos días al año. Pero podemos dar la vuelta al calcetín, y pensar cómo es posible, con admiración, que las cofradías hagan que un hombre de bar, oriente su mirada hacia Dios –y no hacia la cerveza–, unos días al año, y pase a ser por momentos un hombre de Iglesia. ¿Quién sabe lo que ocurre en su conciencia? ¿Rezará a «su» Cristo cuando lo esté pasando mal?
El caso es que muchas veces oímos este tipo de críticas hacia la religiosidad popular en algunos contextos pastorales, porque decimos que son carcasas culturales, que no hay proceso o que luego esos jóvenes no vienen a misa. O que la religiosidad popular ya no se lleva, y que eso es para ancianos, o para los que no son de aquí… Pero la realidad es que actividades que a mí personalmente me encantan como el Camino de Santiago o las Javieradas pueden tener algo de eso, donde lo cultural y lo religioso están demasiado entremezclados, donde el trigo y la cizaña crecen juntos, y donde es muy complicado separar lo humano y lo divino, y por tanto juzgar a las personas y sus respectivas motivaciones.
No se trata de convertir las pastorales en epicentros de religiosidad popular, pero sí de reconocer que pueden ser espacios y mediaciones que ayuden a mucha gente, a veces a los más alejados que no se atreverían a pisar la parroquia. Y lugares privilegiados, como diría el papa Francisco, para encontrarnos con la gente sencilla, con los santos de la puerta de al lado. En el fondo reconocer que los tiempos y las sensibilidades cambian, y que nosotros no somos nadie para juzgar la fe de otros y para decirle a Dios dónde, cuándo y cómo se debe manifestar.
Álvaro Lobo, SJ
Ciao.
No hay comentarios:
Publicar un comentario